Hace muchos años tuve la oportunidad de compartir mesa con algunos alcaldes de municipios pequeños. Era año electoral y la única conversación que interesaba estaba relacionada con temas políticos. No hablaban de la política en general, hablaban específicamente de la manera en la que se hace política en Colombia. Aquella coincidencia se me hacía aburrida, hasta que el tema se puso por fin interesante. Se lamentaban porque uno se sus “colegas”, alcalde de otro municipio de la región, no había asistido al evento porque la Contraloría “se le había metido”. “Pobre fulano”, se condolían de su amigo, y entre risas y lamentos comentaban la difícil situación. Uno de los alcaldes decía “pero qué fue lo que le pasó, cómo dejó que le hicieran eso”.
Otro respondió con cierta sabiduría –con ese tono de voz de la experiencia– y nos dio a los más inocentes una lección inolvidable de cómo funcionaba el Estado, la política y la democracia: “Yo por eso arreglo eso antes, uno esos asuntos los arregla desde antes, para evitar que eso suceda”, dijo. Los otros estuvieron muy de acuerdo. Aquí el tema no era hacer las cosas bien, aquí el tema era tener de su lado a quien podía ejercer el control sobre sus actuaciones.
Quienes tienen experiencia en estos temas sabrán que la conversación de los alcaldes, a la que hago referencia, no es siquiera la excepción de la regla. Es, digamos, lo más parecido a la regla. El descubrimiento que se acaba de hacer en Cartagena no es ni más ni menos que el descubrimiento de la política nacional. Así se comporta en las altas esferas del poder en la capital, y así se comporta en los municipios más marginales.
Por estos días, en Cartagena se respira una atmósfera enigmática. El alcalde Manolo Duque fue suspendido y recientemente capturado. La Fiscalía, según, le imputa cargos por concierto para delinquir, tráfico de influencias y cohecho. Dentro del operativo, dirigido por el CTI desde Bogotá, capturaron también a José Julián Vásquez – hermano del Alcalde–, a la contralora distrital y al concejal conservador Jorge Useche. Gravísimos los señalamientos, gravísimo lo que ocurre en la ciudad.
Dicen que la Fiscalía alcanzó a recaudar 71.000 registros de conversaciones que servirían de evidencia para la acusación, pero que la jueza que inicialmente iba a tomar el caso desde Bogotá tuvo problemas en entender qué decían, porque todos los que intervenían eran costeños, cuya manera de hablar resulta incompresible para los oídos de quienes viven en las cumbres de la capital. Sea lo que esté pasando en Cartagena se debe descubrir hasta el fondo. Bastante daño ya se le ha hecho a esta ciudad. Pero no podemos ser ingenuos, ojalá el dedo que señala hacia Cartagena no esté usando una idea de justicia para luego quedarse con la ciudad. Mientras los financistas sean los mismos inescrupulosos de siempre, podremos pasarnos el resto de la vida capturando alcaldes, pero nada cambiará.
@ayolaclaudia
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