Los datos no son solo positivos, también halagüeños de cara al resto del año. En los primeros cinco meses, Colombia recibió 2,2 millones de turistas superando en 36,7 % las llegadas internacionales frente al mismo lapso del año anterior y en 20 % si se comparan con 2019, antes de la pandemia que por obvias razones provocó un frenazo en el crecimiento de visitantes desde el exterior.

El sector recupera el optimismo debido al aumento sostenido de la demanda, principalmente de visitantes no residentes –más de 1,6 millones– y de pasajeros de cruceros –231 mil– que se cuadriplicaron frente a igual periodo de 2022. Por sus encantos, Colombia atrae. Eso, sin duda. Y proceden de distintos lugares. Los primeros que buscan experiencias en destinos nacionales son estadounidenses, de lejos. Luego, aparecen ecuatorianos y mexicanos. Las opciones para disfrutar de una estadía placentera en el país son cada vez más variadas: desde los tradicionales hoteles hasta los campings de lujo, pasando por las ofertas de la fórmula Airbnb.

Pese al encarecimiento de vuelos, alojamientos y servicios turísticos por una inflación global que aún no toca techo, aunque sí se ha moderado, la gente en el mundo se ha lanzado a hacer realidad sus deseos de viajar, conocer, explorar o cumplir sueños, tal y como lo imaginaron en los prolongados encierros impuestos por la pesadilla del coronavirus. Es lo que los conocedores del sector turismo han venido a llamar un efecto rebote, que a Colombia le ha venido como anillo al dedo.

El año pasado se produjo un repunte notable del arribo de turistas extranjeros que se ha consolidado con creces en lo que va del año, convirtiéndonos, de acuerdo con el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, en el tercer país que en las Américas alcanzó mejor crecimiento y el segundo en Latinoamérica. No está de más señalar que esto no ocurre a nivel general, sino en determinados destinos que como el nuestro debe seguir esforzándose para gestionar de manera sostenible, inteligente, articulada y responsable sus flujos turísticos, evitando que generen un impacto ambiental y social negativo.

Con absoluta certeza, los actores de la llamada industria sin chimeneas, una de las grandes apuestas del ‘Gobierno del Cambio’ para diversificar la economía, coinciden en señalar que el turismo debe ser fuente de progreso para los territorios. Las cifras son contundentes. Cada visitante extranjero, según Anato, gasta cerca de 1.500 dólares en promedio durante su estadía. Monto que se puede potenciar aún más brindándoles nuevos servicios o propuestas, como espera hacer Barranquilla y los municipios del Atlántico poniendo al alcance de quienes acudan a congresos o eventos en la ciudad una oferta turística variada.

Aumentar la entrada de divisas, clave del desarrollo que acompaña este sector, demanda una conectividad aérea en permanente expansión, con el arribo de nuevas aerolíneas internacionales, más rutas, frecuencias y sillas, que se sumen a las 215 mil semanales que actualmente se encuentran disponibles en este mercado. Así las cosas, son esperanzadoras las noticias que hablan de un ritmo sostenido en las reservas internacionales para los próximos meses. Pero también se necesitan anuncios favorables en el ámbito doméstico, donde tras la quiebra de Viva y Ultra Air 13 rutas aéreas se quedaron sin operación y se redujo la oferta de frecuencias semanales directas: casi mil menos en junio. En especial, hacia destinos del Caribe, como Sincelejo, San Andrés, Montería y Cartagena, que registraron caídas entre 83 % y 30 %, comparadas con el mismo mes de 2022. Afectación descomunal para estos territorios y sus comunidades, muchas de las cuales creyeron e invirtieron en proyectos turísticos.

Sin opciones ni alternativas de conectividad aérea, paradójicamente, el turismo, que es fuente generadora de riqueza, podría incentivar desigualdades en un país con sobrados atractivos, en el que todas sus regiones merecen beneficiarse de este cuarto de hora.