Recuerdo que hace 20 años mi mamá solía decir con frecuencia que le había tocado vivir en una época equivocada, porque los acontecimientos que presenciaba le parecían insoportables y de una bajeza insufrible. Por esos días cuando florecía el clientelismo, el destape sexual de los adultos y la carrera por desaparecer los hitos históricos de toda clase para levantar horrendo multifamiliares, edificios de oficinas o cambiar el uso del suelo de un pupitrazo, vimos la desfiguración del barrio Prado, la masacre de buena parte de Bellavista y la venta de bellas casonas del Paseo Bolívar a personajes que, decían, pertenecían a la mafia paisa. Salimos del terror de la guerra de las drogas en las calles, la venta obligada de casas llave en mano y comenzamos a conocer que no existía el voto de opinión y todos los elegidos compraban votos, cobraban coimas a los contratistas y diseñaban licitaciones sastre para pagar a sus financistas.

Siempre reía cuando mi vieja decía eso lo que jamás soñé fue que me vería, como ahora lo hago, repitiendo esa frase con mucho sentimiento cada vez que termino de leer EL HERALDO cada mañana y he dado una vuelta por las redes sociales. De verdad creo que estamos en el final de los tiempos y que no tardaremos mucho en desaparecer cuando el planeta reviente por efecto del calentamiento global promovido a un ritmo demencial para el enriquecimiento de unos pocos.

Mi tristeza es profunda cuando veo a los niños autistas cibernéticos en el mundo entero, flácidos, pálidos y adictos a una pantalla lumínica que les llena la cabeza de estupideces, verdades a medias y diversiones altamente peligrosas, como el juego de moda que consiste en que dos adolescentes sorprenden a un tercero levantando sus piernas simultáneamente para que este caiga a plomo de espaldas y reciba un totazo tal en la cabeza que ya han muerto varios con conmoción cerebral.

Me siento fuera de lugar en la sexualizada sociedad donde florecen las emociones tóxicas y la mayoría de las personas no son conscientes y maltratan a todo quien les contradiga, en especial los hombres a las mujeres en una especie de revanchismo porque llegamos al mercado laboral para quedarnos. Súmenle el aumento exponencial del feminicidio, y el abuso sexual y las violaciones de menores de ambos sexos, aunque hay una inmensa distancia en las cifras, por cada 10 niñas destrozadas se calcula que tres pelaos pudieron ser víctimas del mismo abuso (ellos denuncian mucho menos).

La compasión para relacionarnos no existe, la conectividad destrozó al abrazo, el sexo enterró al amor: cada quien se para sobre los hombros de otro para sobresalir un tris. Las familias de nuestros prohombres son una mascarada y las mujeres cabeza de hogar son más. ¿Qué sociedad es esta donde los antivalores se convirtieron en la forma de actuar bien y construir ciudadanía? Trato de imaginar al país dentro de 30 años cuando lo manejen los nietos de quienes hoy reinan en la impunidad y, la verdad, es una película de terror. Dios mediante ya no estaré por aquí.

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