A veces vemos las desgracias desde lejos y parecieran que nunca nos alcanzarán, hasta que nos alcanzan. Me hago participe del dolor que embarga al Juniorismo por el atentado en que Léider Frías, el buen utilero del Junior de Barranquilla, resultó gravemente herido.

Es común que, por matar a una persona, se lleven por delante a quien esté cercano.

Cercano que nada tiene que ver con quienes también reciben los balazos sin saber por qué, sin conocer a quien iban dirigidos y sin saber, quién dispara, la buena persona que ha sido Frías y los años que ha estado presente, desde el anonimato del camerino, al lado del Junior en las victorias y en las derrotas.

Léider Frías, con sus ahorros en el equipo tiburón, fundó un restaurante en el barrio Las Gaviotas de Soledad y allí, en la tarde del domingo, el ataque a un comensal le repartió balas a él también y ahora está luchando por su vida.

Frías es un muchacho humilde que llegó al Junior siendo casi un niño y que se fue desarrollando como un ciudadano de bien de la mano de un club al que ama entrañablemente.

Léider y el mello Aguilera, como utileros, son los primeros en llegar a los camerinos en entrenamientos, en el ‘Metro’, y en todos los estadios donde juega Junior, y son los últimos en irse. En su andar con el equipo conocen todas las historias de felicidad y tristeza guardando el sigilo que es primordial para poder desempeñar tan importante cargo en la institución.

Que el buen Dios nos lo deje mucho tiempo más en el ambiente en el que ha sido feliz: el camerino rojiblanco, las camisetas y los botines, con ese corazón Juniorista que no le cabe en el pecho…