El consumo del tabaco y sus efectos ocupan hoy un prominente lugar en el discurso de la salud pública. Más de mil millones de personas lo consumen regularmente en todo el mundo, según la Organización Mundial de la Salud. Este mismo organismo señala que el tabaco provoca la muerte de siete millones de personas al año, genera enormes gastos al sector de la salud y las personas que fuman sufren de una amplia variedad de graves enfermedades como el cáncer. Sin embargo, su larga relación con la humanidad, especialmente en América, no siempre puede reducirse a la elemental y perturbadora imagen de una planta nociva para la salud.
Los múltiples usos del tabaco entre los indígenas sudamericanos, decía el gran antropólogo Johannes Wilbert, se derivan de su valoración como una planta que confirma y ordena la vida. En un libro que hoy es un clásico: Tobacco and Shamanism in South America, publicado en 1987, este investigador alemán señala el carácter sagrado atribuido a la planta de tabaco, cuya extraordinaria difusión en la América indígena provino de su utilidad como medio para el éxtasis y los estados alterados de conciencia en la que los chamanes se comunicaban con los ancestros y con el mundo de los no humanos. En consecuencia, el uso inicial del tabaco era restringido para la mayoría de las personas y estaba confinado a especialistas que lo empleaban en las prácticas chamánicas del conjuro, la comunicación con otros mundos, la adivinación y la curación. Su empleo con fines simplemente hedónicos y carentes de valores trascendentales solo se dio a partir del siglo XVIII cuando se convirtió en un importante producto del comercio entre las posesiones coloniales americanas y sus metrópolis europeas.
En ese sentido, un libro tan enriquecedor como oportuno es The Master Plant, editado por Andrew Russel y Elizabeth Rahman. Esta obra contiene diez reveladores ensayos sobre el uso del tabaco en las tierras bajas de Sudamérica. Existen unas 130 plantas empleadas por pueblos indígenas que pueden ser consideradas alucinógenas en América, entre ellas se encuentran algunas muy reconocidas como el peyote, la coca, el yagé o ayahuasca, pero la de uso más extendido es sin duda la planta del tabaco, conocida casi por todos los pueblos amerindios. El tabaco puede ser aspirado, fumado, ingerido o aplicado sobre la piel o los ojos. Su empleo se halla asociado a las teorías y formas de conocimiento indígena. El chamán busca mediante su consumo adoptar otras formas corpóreas, como la del jaguar, que le permitan una mayor capacidad de visión y comprensión de los diversos mundos que él cruza en su viaje y de los cuales sirve como traductor.
Libros como este nos permiten examinar esta planta maestra desde las perspectivas cosmológica, botánica y farmacológica de las sociedades indígenas, y contrastarlas con el trasfondo publicitario que nos muestran las poderosas transnacionales de la industria del tabaco. Ello nos permite establecer fascinantes comparaciones entre las formas en que el tabaco es visto, usado y abusado en distintas esferas del mundo.
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