La problemática del transporte, en el nuestro y en muchos otros países, es una de las más evidentes muestras del más fundamental dilema de coordinación social en el mundo: aquel en el que soluciones individuales a necesidades también individuales, tiene efectos colaterales colectivos; las famosas externalidades.
Cuando un individuo tiene la necesidad de conmutar entre dos localizaciones, decide un medio de transporte y una ruta, sopesando solamente sus costos individuales, monetarios y no monetarios, y aunque comprenda que sus acciones tienen implicaciones en la velocidad y calidad de las condiciones de transporte de todos los demás integrantes de la sociedad (incluyéndose a sí mismo), no tiene sentido tenerlos en cuenta (aun si lo quisiera hacer, las cuentas serían abrumadoras).
En consecuencia, estas decisiones se toman siguiendo la mejor estimación que pueda hacer de su situación individual. Los análisis sobre problemáticas del transporte siempre han tenido que confrontar este problema, en particular en lo que respecta a la diferencia entre aspiraciones y hechos.
Por ejemplo, las mujeres pueden manifestar que quisieran incrementar la sostenibilidad ambiental de su proceso de conmutación, usando el transporte público o la bicicleta, pero los hechos en varias partes del mundo demuestran que de ser posible (dado el nivel de ingreso, o incluso la prohibición de conducir en algunos países), usarán el vehículo privado debido a que su sensación de inseguridad es probablemente mayor en las dos primeras modalidades.
De otra parte, estos estudios sobre el transporte de corte microeconómico, que son los más populares, tienden a ofrecer respuestas que no sintonizan bien con el sentido común. Conceptos como congestión óptima, impuesto de congestión óptimo o autoselección, según preferencias, no son fáciles de interpretar, mucho menos en debates públicos, pues es un tema sobre el que todo el mundo se siente experto (a partir del sufrimiento y percepciones individuales).
Además de lo anterior, la movilidad hace parte del sistema urbano, incluyendo su forma espacial, precios inmobiliarios y densidades. Posiblemente, algunas de las soluciones (colectivas) a nuestros problemas diarios de conmutación aparezcan cuando enfaticemos dichos temas y no tanto cuando leemos el mundo con los lentes individualistas de la microeconomía del transporte.
*Profesor del IEEC, Uninorte. Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad exclusiva de los autores y no comprometen la posición de la Universidad ni de El Heraldo.