El 29 de mayo de 1985 es una fecha imborrable en la memoria del fútbol internacional. Ese día los hooligans invadieron la zona donde permanecían aficionados de distintas nacionalidades, pero particularmente los italianos que apoyaban a la Juventus.
El cuadro de Turín enfrentaría al Liverpool inglés –donde hoy juega nuestro Luiz Díaz– por la final de la trigésima edición de la Copa de Europa.
Al traspasar la zona, con insuficiente segruidad policial, los violentos hooligans comenzaron a atacar a los adversarios hasta arrinconarlos y hacer ceder el muro de protección de la gradería que los hizo caer al vacío: 39 personas perdieron la vida y más de 500 resultaron heridos.
Hoy, casi 37 años después, la violencia en el fútbol y en los estadios no cesa y han hecho que los escenarios deportivos hayan pasado de ser sitios de alegría y esparcimiento a convertirse en verdaderos campamentos de miedo y terror por cuenta de la violencia y la intolerancia de algunos mal llamados hinchas, porque en realidad se convierten en asesinos cuando pueden llegar a agredir con tal nivel de atrocidad, impidiendo que las familias puedan asistir con tranquilidad a los estadios.
Son dantescas las imágenes que le han dado la vuelta al mundo tras el brutal enfrentamiento entre aficionados de Atlas y del Querétaro registrado en el estadio Corregidora de esta ciudad ubicada a 218 kilómetros al norte de la capital mexicana.
Preliminarmente se hablaba de 17 muertos; sin embargo, los reportes oficiales hasta ayer daban cuenta de 26 heridos, tres de ellos de gravedad.
La trifulca se trasladó hasta el gramado del estadio y el encuentro futbolístico tuvo que ser suspendido en el minuto 62.
Pero infortunadamente –aunque con diferentes saldos– la violencia en los escenarios deportivos, especialmente en el fútbol, es un pan de cada día.
Solo basta revisar lo que ha pasado en Colombia desde que el público retornó a las gradas tras la pandemia del covid-19: Al menos cinco graves desmanes y disturbios se han presentado en los estadios colombianos.
El 5 de agosto del año pasado dos hinchas y cuatro policías quedaron heridos en enfrentamientos en medio del partido Santa Fe – Atlético Nacional.
El 15 de agosto se produjo una batalla campal dentro y fuera del Atanasio Girardot al término del encuentro DIM – América.
El 24 de octubre hubo desmanes en el Pascual Guerrero protagonizados por hinchas del América de Cali contra los de Nacional, generando daños en la silletería y la pista atlética del escenario.
El 8 de diciembre se reportaron siete heridos con arma blanca tras la eliminación de Nacional ante el Deportivo Cali en el estadio Atanasio Girardot.
El 15 de noviembre 10 personas resultaron heridas por golpes con piedras y palos, en el choque entre Atlético Bucaramanga y el Deportes Tolima en el estadio Alfonso López.
El 15 de febrero de este año fue suspendido el partido entre Unión Magdalena y Atlético Bucaramanga por la gresca que protagonizaron hinchas y jugadores del club bananero en el estadio Sierra Nevada, mientras que el 21 del pasado mes tres heridos dejó una pelea entre barras en el partido de Junior vs América en el Metropolitano.
¿Cuántos muertos más? ¿Cuántas tragedias tendrán que suceder para que de verdad se tomen acciones contundentes que pongan fin a esta actitud demencial en los estadios de fútbol?
Esto no se arregla con más policías o más seguridad, esto empieza con políticas públicas y con la participación decidida de los clubes de fútbol y las confederaciones para cerrarles de una vez por todas las puertas a la violencia y la brutalidad en el deporte. Esto es un problema estructural que demanda acciones integrales y urgentes.