Días de furia en el mundo a una semana de la declaratoria de guerra comercial de Trump. El menú de aranceles a las importaciones de 184 países con el que el republicano pretende acabar el déficit de su balanza comercial, desde la tasa universal del 10 % –que cobija a Colombia– hasta el gravamen del 104 % impuesto a China, en represalia a la dura respuesta del gigante asiático, acumula daños por doquier. Algunos de los más evidentes, el desplome de mercados de valores, la caída del precio internacional del petróleo y, en nuestro caso particular, la subida del dólar y la devaluación del peso. Volatilidad en su máxima expresión.
Estamos siendo testigos de un auténtico cataclismo de inseguridad e incertidumbre. O lo que es lo mismo, de una crisis de confianza cocinada en el interior de la Casa Blanca por su propio inquilino, que mientras revienta el sistema de libertades del comercio global ignora ex profeso los mensajes de pánico que se elevan desde distintos sectores por el creciente riesgo de que Estados Unidos caiga este mismo año en una recesión o una estanflación.
En cualquier caso, las consecuencias económicas para sus ciudadanos, empresas e industrias serían desastrosas, al igual que para el resto del planeta que teme el peor de los escenarios.
En una partida tan desigual como esta, el desasosiego de los espectadores, es decir, de los gobiernos mundiales, se incrementa en la medida en que lo hace la escalada de tensiones entre los dos jugadores más valiosos que no lucen dispuestos a dar su brazo a torcer. Mientras Washington asegura que la “columna vertebral de acero” de Trump no se quebrará, Pekín promete “una lucha hasta el final” ante las nuevas amenazas. La diatriba de sus acusaciones no solo obliga a recalcular minuto a minuto los impactos de la inédita crisis. También augura la aparición de conflictos geopolíticos adicionales en terreno minado.
Si Estados Unidos y China no reequilibran su relación comercial, ¿a dónde irán a parar todos los productos de la nación asiática que dejarán de ser competitivos en el mercado norteamericano? La desviación de este milmillonario comercio estiman analistas provocaría más perturbaciones en un horizonte turbulento para la economía global, antes sustentada en la apertura, cooperación y respeto de acuerdos que Trump laminó con su calibrado caos.
Hasta ahora ninguna señal muestra que el magnate rectificará o anunciará un compás de espera a la activación de sus arbitrarias medidas arancelarias. Por el contrario, ni siquiera la inminente “catástrofe económica autoinfligida” a la que se verá abocada su país, donde el malestar social aumenta en tanto su popularidad cae, lo hacen desistir de su plan. Como el especulador inmobiliario que es, sabe cómo obtener ventaja en una negociación tras tomar la iniciativa, amedrentar a sus oponentes, haciéndoles creer que no tiene nada que perder.
Con el miedo metido en el cuerpo, decenas de países se ponen en la cola para tocar la puerta de Estados Unidos buscando un diálogo que minimice los efectos de su política arancelaria. También lo ha hecho Colombia. Sin embargo, a diferencia de negociaciones con otras naciones, la nuestra requerirá más que buena voluntad. La relación bilateral sacudida desde el inicio de la administración Trump por discrepancias o desencuentros ha exacerbado un clima de desconfianza que gravita además sobre una compleja agenda marcada por puntos de vista divergentes sobre migración, lucha contra el crimen trasnacional o narcotráfico. En este último asunto, una descertificación por falta de resultados lo enrarecería todo aún más.
Colombia no es una prioridad para Estados Unidos, eso lo sabemos. No podemos decir lo contrario. Nuestra dependencia es evidente, así que urge actuar de inmediato. Gobierno y gremios económicos acordaron priorizar la diplomacia comercial con Washington, proteger a la industria nacional y sus trabajadores, mientras buscarán diversificar mercados y oportunidades, una tarea que demandará definir un nuevo mapa del comercio colombiano. Retador. Debemos pasar a la acción con una atractiva propuesta de negociación para el interlocutor. ¿La tenemos? ¿Qué le podemos ofrecer? El tiempo corre en nuestra contra. Los sectores más afectados por la guerra esperan que su nación los respalde en esta prueba.