En la remodelación del gabinete de Petro, quien asegura que la salida de algunos de sus ministros obedece a su tesis de que mantenían “agendas paralelas” con fines políticos, llama la atención la llegada del ahora general retirado Pedro Sánchez Suárez. Al designado ministro de Defensa le sobra voluntad para reconducir el caótico universo de conflictos que tiene sumido al país en un polvorín de violencias. Pero su más que probable impericia en la dimensión política, manejo administrativo o en la construcción de políticas de seguridad y defensa, entre otras responsabilidades inherentes al cargo, podría ser su talón de Aquiles.
No se trata de poner en duda ni en tela de juicio las calidades humanas y profesionales del alto oficial, quien luego de una dilatada carrera de 35 años en la Fuerza Aérea Colombiana, cobró protagonismo en mayo de 2023 cuando dirigió la ‘Operación Esperanza’, que rescató con vida a los hermanitos Mucutuy, extraviados 40 días en la selva tras un siniestro aéreo.
Sánchez dio muestras de capacidad estratégica para sumar esfuerzos y alcanzar el objetivo, pese a condiciones inhóspitas y a las presiones de una maniobra a contrarreloj. Ciertamente, su actuación y la de su equipo élite fueron heroicas, como Colombia entera lo reconoció. Sin embargo, al frente del Ministerio de Defensa requerirá de mucho más que esas habilidades para contener el avance de estructuras armadas ilegales, recuperar el control territorial perdido en buena parte del país y reducir alarmantes índices de violencia urbana, sobre todo por homicidios, como sucede en Quibdó, Cali, Riohacha o Barranquilla.
Al margen de que Petro, primer presidente de izquierda en la historia de la nación, en una inesperada jugada decidiera romper una tradición de 30 años de ministros de Defensa civiles, de su temeraria decisión se puede inferir un doble fracaso: el de su política de paz total y del enfoque de la seguridad humana. Si este caos de conflictos territoriales o de mutación de guerra depredadora entre los ilegales no fuera tan mayúsculo, como los hechos nos enseñan a diario, ¿el mandatario habría depositado su confianza en un avezado militar para recomponer el desastre? Lo cual tampoco es garantía alguna de que así ocurra.
El reto del general no se puede reducir a librar una guerra implacable que también hará mucha falta. El combate contra las desatadas mafias transnacionales del crimen demandará esfuerzos operativos, de inteligencia e investigación, de afectación a sus finanzas ilícitas, además de absoluta presencia institucional en zonas sin Estado. Y, en especial, precisará de decisiones claves sobre seguridad y defensa. Conviene, por tanto, decir que los uniformados se forman para conducir y controlar operaciones militares, no para tomar determinaciones.
Ojalá nos equivoquemos, pese a que la apuesta luce incierta. Las señales recibidas tampoco son claras. Petro asegura que el general Sánchez ayudará a llevar a Colombia a la paz. El militar retirado reconoce, en consonancia con los gobernadores de Chocó, Norte de Santander o Arauca, que “estamos mal” por el aumento de los indicadores de inseguridad. A reglón seguido, el jefe de Estado acude al relato simplista de que la ligera reducción en la tasa de homicidios en los dos últimos años revela un país más seguro. Intento fallido de relativizar los impactos humanitarios en los territorios por la recrudecida crisis de violencia. Lo hace en sintonía con su saliente ministro de Defensa, Iván Velásquez, quien habla de episodios maximizados de forma dramática para “mostrar un deterioro del orden público”. ¿A qué país se referirá?
Se equivoca Petro e induce al error, como le rectifica la Fundación Ideas para la Paz (FIP), en un completo análisis en el que documenta, por un lado, cómo en la actualidad los grupos armados ilegales se disputan el dominio de 14 regiones, cuando en 2022 lo hacían en 8. Y, por el otro, que el incremento del desplazamiento forzado, el confinamiento y crímenes selectivos demuestra que “no tenemos un país más seguro que al inicio de este gobierno”.
Lo que sí tenemos es a un Ejecutivo que se debate entre renuncias, escándalos de corrupción, fisuras internas y guerras intestinas que marcan a diario la agenda política, dificultan su gobernabilidad y comprometen la búsqueda de las soluciones que exige la gente. Que el general Sánchez sea fiel a su propia historia para que sea sostenible y supere el errático tacticismo político de la fallida paz, tan ruidoso como ineficaz, que derivó en una epidemia de violencia que amenaza con propagarse si no se prioriza la seguridad ciudadana.