Para el nuevo presidente de Estados Unidos no es cuestión de combatir el cambio climático, sino de desestimarlo e incluso abrazarlo. Por supuesto que su posición al respecto no es nueva, pero una cosa es ser negacionista a vox populi y otra llevar al país a tomar medidas que lo hagan retroceder una década de esfuerzos por revertir los daños causados por el ser humano al planeta tierra y por lograr una mediana concientización ante la contaminación por diferentes materiales, utilizando el argumento del impulso a la economía y su conocido ‘drill, baby drill’, para favorecer a las industrias que fabrican dichos materiales.
No contento con retirar al país del Acuerdo de París, suspender concesiones para la energía eólica marina y revocar políticas de promoción de vehículos eléctricos, esta semana se conoció de un nuevo decreto con el que Trump busca resucitar el uso de los pitillos plásticos y desterrar los que son biodegradables, alegando que “los de papel no son funcionales, utilizan sustancias químicas que pueden entrañar riesgos para la salud, son más caras de producir que las pajitas de plástico y a menudo obligan a los usuarios a utilizar varias”.
Por el momento, el ámbito de aplicación de la orden será la administración federal (agencias y edificios gubernamentales), pero el republicano planea extenderla a todo el territorio nacional.
Ante otras medidas de mayor impacto que ha tomado Trump pareciera que esta fuera insignificante, pero las estadísticas dan cuenta de que los estadounidenses utilizan y tiran hasta 500 millones de pitillos en un solo día y las consecuencias ambientales son varias: los residuos de los pitillos no se reciclan ni se recuperan, tardan mucho tiempo en degradarse y son un peligro para la vida marina y terrestre.
Resulta discordante que, mientras varios países del mundo se esfuerzan por lograr cambios importantes en la lucha contra el cambio climático, Estados Unidos pareciera empezar a retroceder por cuenta de las posiciones de su presidente, esto luego de que su predecesor, Joe Biden, adoptara medidas más favorables con el medio ambiente y se comprometiera a empezar a eliminar la compra de pitillos y otros plásticos de un solo uso por parte del gobierno federal en 2027.
No obstante, la esperanza está en que la más de media docena de Estados –como Nueva York, California, Oregon, Nueva Jersey, Washington, Rhode Island y Delaware– que ya cuentan con leyes que establecen que restaurantes y bares solo pueden ofrecer pitillos de plástico si los clientes los solicitan no cedan ante la presión del presidente, que pasa por establecer un plazo de 45 días para que se elabore una “estrategia nacional para acabar con el uso de pitillos de papel”.
En este proceso no solo juegan un papel determinante los territorios, sino también la ciudadanía, que ha venido combatiendo la cultura del “usar y tirar”, que promueve un modelo de consumo insostenible para el planeta y que acorta el reloj biológico de la humanidad. De los estadounidenses depende que el cuidado de la tierra no dependa de las decisiones de un mandatario, sino de un cambio estructural y cultural sostenible, que además no desemboque en un daño económico exorbitante para cuando llegue otro gobierno y quiera hacer algo.
Así mismo, depende de las instituciones en Estados Unidos lograr consensos para hacer frente al descalabro que representan las decisiones de Trump no solo para el medio ambiente y la economía del país –que no tendrá cómo solventar los costos del cambio climático– sino para el marco de los Límites Planetarios, que desde 2009 advirtió que la humanidad se está acercando a los límites de un espacio seguro de operación y resiliente. Según ello, ya se han superado seis de los nueve establecidos (clave para la estabilidad del planeta): cambio climático, balance de agua dulce, cambio en el uso del suelo, integridad de la biosfera, flujos de nitrógeno y fósforo, y nuevas entidades como microplásticos, disruptores endocrinos y contaminantes orgánicos.