Cuenta regresiva para la entrada en vigor de la prohibición de circulación de vehículos de tracción animal (VTA) en toda la jurisdicción de Barranquilla. A partir del 15 de enero de 2025, cuando comience a surtir efecto el Decreto 0785 expedido por el alcalde Alejandro Char, los caballos y burros que tiran las tradicionales carretas, conocidas en el argot popular como carros de mula, tendrán que salir definitivamente de las calles.
Esta determinación que sitúa a Barranquilla a la vanguardia de la innegociable defensa de los derechos de los animales, seres sintientes sin discusión alguna, se sustenta en la extensa normativa contemplada en la legislación colombiana que nos obliga a los ciudadanos a brindarles condiciones de trato digno y, en definitiva, a alejarlos de todo dolor y sufrimiento.
En ese contexto, como sujeto de derechos que son, quienes incumplan las regulaciones vigentes sobre protección, bienestar y solidaridad animal, previstas tanto en leyes como en sentencias de tribunales, deberán atenerse a las consecuencias jurídicas definidas. Adicionalmente, existe una Declaración Universal de los Derechos de los Animales, aprobada por Naciones Unidas en 1978, que señala unas líneas de actuación, desde el punto de vista ético, para preservarlos y acercar a la sociedad a un grado más elevado de civilidad.
Es indiscutible que la actividad u oficio de los carromuleros en Barranquilla, del que una cantidad importante de familias vulnerables –sus tenedores– ha derivado su sustento diario por generaciones, comporta riesgos que bajo el paraguas del actual marco jurídico no son tolerables ni permisibles durante más tiempo. Estos van desde el maltrato y la explotación animal hasta peligros de siniestralidad vial, pasando por la tenencia ilegal o el tráfico de equinos, al igual que serias complicaciones en la movilidad de los actores viales en las calles.
Ha llegado el momento de mover ficha en un tablero que afortunadamente se reinventa a favor de los animales para sensibilizar, educar y crear cada vez más conciencia social sobre el trascendental papel que estos ocupan en nuestras vidas, en la biodiversidad, en el equilibrio y salud del planeta. Es un acto de responsabilidad que nos pone a prueba a todos.
Hace bien el Distrito en concretar un proceso que se inició en 2013, cuando se dieron los primeros pasos para reglamentar la sustitución de estos vehículos en la ciudad. Desde entonces, unos 527 conductores identificados y carnetizados se han acogido al programa, entregando sus animales para dedicarse a emprendimientos productivos y ganarse la vida.
Con generosidad, algunos de ellos –desde sus hogares en Rebolo y Evaristo Sourdis– le abrieron su corazón a EL HERALDO para relatar lo duro que fue separarse de su compañero diario y los que aún no lo han hecho, pero saben que será inminente, sienten ansiedad. Perfectamente comprensible. Sobre todo, porque saben que es un camino sin vuelta atrás.
También así lo debe asumir el Distrito para no aflojar en su compromiso de vigilar, controlar y sancionar, si es el caso, a quienes infrinjan el decreto. Los animales que sus tenedores entregan para ser dados en adopción nunca deben regresar a las calles. Tampoco se puede aceptar que nuevos equinos se incorporen a labores de rebusque. Esta historia ya tiene fecha de caducidad, pese a ser parte de una práctica castiza o arraigada en el sentimiento popular.
En ese sentido, la ciudadanía también está en mora de cambiar su forma de relacionarse con caballos, burros o mulas únicamente en función de su utilidad, sin tener en cuenta sus derechos, bienestar o dignidad. Quedan aún 392 conductores en Barranquilla que serán beneficiarios, vía Centro de Oportunidades del Distrito, de nuevas opciones laborales con la entrega de vehículos a gas o similares para generar sus ingresos. Acompañarlos a lo largo de este proceso que no estará exento de contratiempos, como ha pasado antes, es esencial.
Queda poco para Navidad, y a propósito de animales, no está de más recordar que no son peluches, sino seres vivos e, insistimos, sintientes. Sin el menor sentido de responsabilidad, muchos los compran para regalar, como si se tratara de juguetes, y cuando se aburren de ellos los abandonan. Si esta no es una conducta lesiva, ¿qué más podría serlo? Así que reflexionemos a fondo: si no comprendemos cuál es el lugar de los animales en el mundo, jamás entenderemos cuál es el nuestro.