Todo mal en el partido que confrontaba a Junior y Nacional en el estadio Atanasio Girardot, de Medellín, la noche de este jueves. Al minuto 52 del encuentro el balón dejó de rodar y, por el contrario, lo hizo la sangre de al menos 25 heridos en medio de una lluvia de golpes y puñaladas entre asistentes, que se hacen llamar hinchas, pero que con armas blancas en mano solo reconfirmaron que se trata de criminales que por un simple trapo o una camiseta son capaces de herir, destruir y dañar brutalmente, incluso hasta causar la muerte a su contrincante de patio. Afortunadamente en el terrible episodio de este jueves no hubo víctimas mortales (hasta ahora).

Resultan aterradoras las imágenes en las que se aprecia el nivel de violencia y agresividad en el que se trenzaron en una disputa sin sentido y demencial estas personas que en su ignorancia dicen defender y amar los colores rojo y blanco del cuadro barranquillero y el verde del equipo paisa. Pero más terrorífico y miedoso era ver a los verdaderos fanáticos del fútbol quedar en medio de la conducta criminal de estos bandidos que van por los estadios de Colombia sembrando miedo y alejando a las familias de lo que debe ser realmente el fútbol, un motivo de unión, de celebración, diversión, entretenimiento y fiesta.

El episodio del Atanasio se suma al registrado en Cali el pasado 21 de septiembre, cuando los supuestos fanáticos del cuadro azucarero atacaron a un técnico de la transmisión de televisión, lo que llevó a que esta fuera suspendida.

Y los propios barras bravas del Junior de Barranquilla protagonizaron disturbios y ataques a los vehículos de los jugadores en el parqueadero del Metropolitano, al término del encuentro del pasado domingo tras la derrota frente a Águilas Doradas.

El 15 de septiembre también hubo desórdenes en las tribunas del Palogrande en el partido que disputaron Once Caldas y el Deportivo Cali. Los seguidores del conjunto caleño fueron retirados tras emprenderla contra los jugadores del equipo verde e intentar invadir la cancha.

Y así una serie de lamentables sucesos en torno a los estadios de fútbol mancharon las jornadas deportivas todo el mes de septiembre y parte de agosto en Pasto, Pereira y Bucaramanga.

Todo pasa y nada pasa. Con cada episodio surgen las preguntas, los cuestionamientos, los mea culpa, pero también las lavadas de manos en torno a quién corresponde o quién asume las responsabilidades por estos vergonzosos y peligrosos desmanes.

Se han tomado decisiones y sanciones como cierres de tribunas o suspensión de público por determinado número de fechas, pero al fin y al cabo son sanciones a espacios físicos y no a las personas, o mejor, a los desadaptados que cobijados con el rótulo de barristas se comportan como hampones en los estadios del país.

En el caso de la trifulca en el Atanasio muchas preguntas quedan por responder: ¿Cómo pudieron entrar tantas personas al estadio con armas blancas sin una mínima revisión? ¿Por qué no había servicio policial dentro del estadio siendo un encuentro catalogado siempre de alto riesgo? ¿Cómo es posible que la logística y seguridad dentro del estadio esté a cargo de las propias barras?

El presidente de la Dimayor reconoció que no han bastado las medidas que hasta ahora se han tomado por las refriegas de los barristas dentro de los estadios y la historia se repite una y otra vez sin parar. Entonces, ¿cuándo habrá decisiones de fondo, drásticas, que de verdad tengan algún impacto y eviten que los escenarios deportivos se conviertan en campos de batalla?

Las gradas y las tribunas no son las responsables de los disturbios, son las personas violentas y con comportamiento casi que de animal salvaje las que causan estos serios problemas para el orden y la seguridad de los espectáculos deportivos.

Así que hará falta algo más que cerrar tribunas o cerrar estadios o imponer sanciones económicas a los clubes. Hará falta cerrarles las puertas de por vida a estos bárbaros para impedirles que consuman sus actos criminales en los recintos futboleros, y hará falta judicializarlos e imponerles sanciones penales. Es hora de ponerle fin a esta barbarie.