Lejos de disminuir, el calor extremo que soportamos en la actualidad irá en aumento. La temperatura global continuará subiendo de forma gradual por efecto de la emergencia climática sin precedentes que afronta la humanidad, inducida fundamentalmente por la mano del hombre.

En consecuencia la Tierra, no importa dónde nos encontremos, se está convirtiendo en un lugar más caliente y, sobre todo, más peligroso. El estrés térmico por calor es ya la principal causa de muerte asociada al clima en algunas regiones del planeta al intensificar los problemas crónicos de salud de la gente, como enfermedades cardiovasculares, respiratorias, diabetes o los trastornos mentales. En especial, entre los grupos vulnerables, como niños y personas mayores.

Nuestras ciudades del Caribe se han transformado durante este ardiente mes en lo más parecido a unos hornos industriales inhabitables, donde el calor excesivo más una insoportable humedad han disparado las temperaturas a máximas de 36,2°C en Barranquilla y de 35,8°C en Córdoba, hace una semana, el lunes festivo anterior, y de 40,8°C en La Guajira, el pasado día 1 de agosto.

Estas condiciones tan extremas, ahora que el calor ha dejado de ser asunto de temporada, para instalarse como una realidad permanente, además de literalmente asfixiante, nos exponen a situaciones de sumo riesgo, atendiendo a que a muchas personas les está costando regular su temperatura corporal. Caso particularmente preocupante es el de los trabajadores al aire libre o en sitios cerrados sin una adecuada ventilación, que pueden sufrir choques térmicos en las horas más críticas del día. Reducir el riesgo de afectación es una responsabilidad empresarial ineludible.

Por mucho que estemos acostumbrados al calor en una región donde sabemos de sobra que soportamos una radiación solar importante que nos genera una canícula excesiva, las circunstancias nos muestran a diario que necesitamos con urgencia poner en marcha medidas que, por un lado mitiguen, los impactos del cambio climático, en especial, el aumento de las temperaturas. Y, por otro, implementar estrategias de adaptación al calor extremo que, seamos claros, no seremos capaces de revertir, si acaso de regular para que sea asumible, en vez de que nos cueste la vida.

Hacerle frente al calor extremo, considerado por los expertos como la nueva normalidad, requiere de un esfuerzo conjunto y urgente entre los sectores público y privado, la academia, y la sociedad en general. En ese sentido, Naciones Unidas propone una hoja de ruta centrada en lo primordial: “cuidar de las personas vulnerables, proteger a los trabajadores, aumentar la resiliencia de las economías y las comunidades mediante el uso de datos y la ciencia, y limitar el aumento de la temperatura a 1,5°C para fin de siglo, eliminando de manera progresiva el uso de combustibles fósiles e incrementando la inversión en energías renovables”. Más claro, imposible.

Aterrizando este llamado que no da espera, las administraciones territoriales deberían hacer mucho más para adaptar sus políticas públicas a las necesidades de sus ciudadanos. Si bien es cierto que Barranquilla lidera estrategias de arborización y de recuperación de coberturas vegetales en sus parques y espacios públicos, reconocidas internacionalmente, se debe acelerar la adaptación de la ciudad al calor extremo. Investigadores de las universidades Simón Bolívar y del Atlántico, consultados por EL HERALDO, insistieron en el beneficioso impacto de las áreas con árboles frondosos donde las temperaturas son más bajas que en otras sin vegetación. De ahí la importancia de habilitar más espacios verdes, al igual que equipamientos públicos, como museos, bibliotecas, centros de bienestar o esparcimiento que se conviertan en unos refugios climáticos.

Otra cuestión esencial es redefinir el desarrollo urbano con proyectos planificados que respondan a la variable del cambio climático e incorporen recursos de mitigación de las altas temperaturas en sus materiales o diseños para alcanzar eficiencia energética en las viviendas. El camino es desafiante, pero el calentamiento global o radiación térmica no tienen vuelta atrás. Es evidente que sin árboles, sombra, ni espacios climáticamente accesibles para todos, las ciudades del Caribe serán como calles desiertas a pleno sol. Es hora de tomar decisiones por el bien común.