La esperanza está de vuelta. Ninguna frase como esa pronunciada por Michelle Obama en la Convención Nacional Demócrata define el nuevo aire que respira el partido tras coronar a Kamala Harris, en la noche del pasado jueves, como su candidata para las presidenciales de noviembre. Pese al entusiasmo, la disputa con el republicano Donald Trump se anticipa reñida al extremo, los resultados serán muy ajustados, así que más allá de la ventaja que le otorgan a Harris las encuestas no existe certeza de que triunfe. Sin embargo, lo que es inobjetable es que solo 32 días después de la renuncia de Joe Biden su vicepresidenta le dio un vuelco espectacular a la que era una anodina campaña para su partido que hoy la aclama como un símbolo de unidad y libertad.
Esos mismos conceptos que en los últimos años, junto con el patriotismo, la bandera o la defensa de la democracia, han sido de uso casi exclusivo de los republicanos que los reivindican como propios fueron acogidos con singular euforia por los demócratas durante los cuatro días de convención multitudinaria que se caracterizó por la emotividad, la alegría y la confianza. Sin duda, el encuentro ha marcado un antes y un después en la difícil contienda electoral por la Casa Blanca. Quien inspira este momento de demostrada unidad o renacimiento de los demócratas, coinciden distintas voces, es una mujer afroamericana e indoasiática, la “guerrera feliz”, como la describe su esposo, sucesora del movimiento de la esperanza que llevó en el 2008 al senador Barack Obama –también afroamericano- a la presidencia de Estados Unidos. Valorada como una figura fuerte, preparada e inteligente, la ex fiscal encarna el nuevo “Yes, We Can”, convertido 16 años después en “Yes, She Can”, “Sí, ella puede”. No en balde, el propio expresidente aseguró que el país “está listo para un nuevo capítulo, una historia mejor, para una presidenta: Kamala Harris”.
Todas esas referencias cargadas de profundos simbolismos o mensajes políticos de gran calado son relevantes, pero Harris necesitará mucho más que eso para ganar las elecciones del 5 de noviembre. Ciertamente su historia personal como los logros alcanzados a pulso durante su trayectoria pública que la han llevado a ser reconocida como la mujer de las primeras veces en sus roles de fiscal, senadora y vicepresidenta resultan significativos a la hora de atraer votantes a la causa demócrata. Pero, en el fondo de esta carrera electoral, su propuesta política es lo que marcará diferencia con su rival republicano, Donald Trump, que redoblará su apuesta del miedo. En su esperado discurso de aceptación de la nominación demócrata, Harris esbozó a grandes rasgos las líneas de lo que será su programa: más garantías de protección a derechos y libertades, mayor control de armas, reparar el “sistema roto de inmigración”, asegurar la frontera, elevar la calidad de vida de la clase media, de donde ella procede, y crear una “economía de oportunidad”.
Eso en el ámbito doméstico, en los decisivos asuntos de política exterior fue bastante más escueta, sabe lo que se juega a 74 días de la crucial elección. Se limitó a reiterar su respaldo irrestricto a Ucrania, a sus aliados de la OTAN, y tratando de ser lo más ponderada posible se comprometió con la seguridad de Israel, lamentó la escalada de sufrimiento en Gaza y se mostró dispuesta a seguir trabajando en un acuerdo de alto el fuego que le ponga fin. Menos es más. En el culmen del cónclave político, la demócrata no ahorró esfuerzos para presentarse como una líder realista, práctica y con sentido común, pero sobre todo, como la única opción capaz de frenar a un Trump “sin límites”, al que retrató como un hombre “poco serio”, que se sirve a sí mismo, mientras enumeró los riesgos o amenazas que traería consigo su regreso a la Casa Blanca.
El asunto quedó claro: Harris –unidad, libertad y esperanza- se sitúa en las antípodas de Trump –odio, división y confrontación-. Dos modelos de país que se enfrentan en las urnas, ¡usted elige! Aupada por el arrebatador respaldo de su partido, Kamala Harris y su fórmula, Tom Walz, aceleran motores para lanzarse a la conquista de los votantes independientes, de centro, quienes podrían inclinar la balanza a su favor. Con ellos, más sus leales bases, confían en construir una “nueva vía”, un camino optimista e ilusionante hacia la victoria que la convertiría en la primera presidenta en la historia de los Estados Unidos. Les espera por delante una dura, durísima batalla.