¿Reconocen los jefes o empleado- res el derecho a la desconexión digital en Colombia? La respuesta es un rotundo no. Este mal de muchos, consuelo de tontos, porque la hiperconectividad afecta a millones de trabajadores en el mundo entero, sigue sin ser erradicado de nuestro entorno laboral, pese a la normativa expedida, que hasta ahora se ha quedado en pura teoría. Dando un paso más en la dirección correcta para ponerle fin a este sistemático abuso, la Corte Constitucional acaba de indicar que la “desconexión laboral es un derecho humano de todos los trabajadores, entre ellos los que ocupan cargos de dirección, confianza y manejo”. Por si las dudas, precisa que “el descanso no es solo reposo, sino un espacio autónomo, libre, en el que las personas deciden qué hacer o no con el tiempo de su vida fuera de la actividad laboral”.
Razonable posición asociada a la dignidad humana, al vivir bien y como se quiere, al poner límites frente al poder subordinante, al tiempo que reconoce otras garantías esenciales, como la salud, a disposición de tiempo libre y la conciliación de la vida laboral con la familiar, en especial en el caso de las mujeres. Más claro, imposible. También lo es que las nuevas tecnologías con la masificación de los dispositivos móviles alteraron el ciclo natural de desconectar al finalizar la jornada, los fines de semana e incluso durante las vacaciones. Lo de despedida y cierre se acabó.
En la actualidad, cargamos la oficina al hombro, literal, con todo lo que ello supone: trastornos físicos, anímicos o emocionales por agotamiento, ansiedad o estrés, el llamado síndrome del trabajador quemado, debido a que es prácticamente imposible romper, por presión del empleador o por decisión propia, con una rutina digital laboral que resulta agobiante e insostenible. A la mano, a un clic, se consulta de manera mecánica, no una, sino muchas veces en el breve tiempo de descanso, el correo corporativo o el personal, los mensajes en los chats empresariales o se mantienen largas conversaciones con los compañeros, estén o no trabajando.
El actual modelo de productividad
24/365, con jornadas intensas e interminables, nos exige ser lo más eficiente posible, aun a costa de la propia salud mental que termina relegada a un segundo o a un tercer plano. Todo un despropósito. ¿Les parece conocido? No es tendencioso señalar que hemos sido arrinconados a usar de manera tan desmesurada como continuada las tecnologías, con el agravante de que esto se asemeja en ocasiones a la adicción a las drogas, como alerta la Organización Mundial de la Salud (OMS), porque se produce el mismo efecto en el cerebro de quienes llegan a perder la capacidad de controlar su ingesta y, en este caso, de gestionar el tiempo que interactúan con sus celulares y demás dispositivos móviles. Perniciosa subordinación que dispara los riesgos sicosociales, en especial de los trabajadores a distancia o teletrabajando.
Necesitamos echar el freno, de verdad. Romper con las excesivas vías de conexión digital que envían notificaciones laborales y personales a toda hora para redefinir el paradigma de cronogramas de trabajo sin espacios libres ni descanso que tensionan relaciones de pareja, con familia o amigos. Hasta los computadores deben reiniciarse cada cierto tiempo para mejorar su rendimiento. ¿Por qué creemos erróneamente que somos más resistentes o infatigables que las mismas máquinas? Es un asunto de inmediatez, a ella nos hemos acostumbrado, pero el precio a pagar es incalculable.
Si la meta es desconectar, cada persona tiene que empezar a ponerse límites hasta ser capaz de esquivar el remolino suicida que la dependencia de la tecnología ha generado, como los automatismos con los que se busca dar respuesta a la aún vigente cultura del ‘overwork’ o trabajo excesivo. Lo demás, compete a compañías y también al sector público, aún en mora de entender que no pueden ni deben seguir extenuando a sus empleados hasta arruinar su productividad. Pierden competitividad, cuando su talento humano se incapacita o se marcha agotado por sus excesivas cargas. En vez de lanzarse piedras a su propio tejado, tendrían que proteger mucho más y mejor la salud mental de sus empleados garantizando una desconexión digital verificable.