La pandemia de covid-19 es historia, pero aún son numerosas las personas que padecen sus secuelas. Son los enfermos crónicos de la covid persistente, enfermedad catalogada como tal por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Pacientes que encadenan síntomas detrás de otros, estos suelen aparecer o reaparecer con distinta intensidad cada cierto tiempo y en algunos casos jamás los han dejado desde 2020, cuando se contagiaron con el virus. Lo más dramático para este colectivo, como documentó EL HERALDO luego de conversar con enfermos, familias y especialistas, es que no existen tratamientos efectivos, ni un diagnóstico preciso.
Tampoco se ha podido determinar su causa o causas seguras, de manera que faltan demasiadas respuestas que permitan ofrecer garantías de calidad de vida a quienes se han visto obligados a seguir adelante con esta condición que puede llegar a ser desgastante, además de altamente incapacitante.
Es la cara oculta de la pandemia o, al menos, una de las más desesperantes. Sobre todo, por la dificultad que encuentran pacientes de cualquier edad para ser diagnosticados de forma adecuada por profesionales sanitarios, que necesitan datos para proceder, según lo que ellos mismos relatan.
Sin el conocimiento profundo de qué enfrentan por su carácter de enfermedad emergente o prematura, a los médicos de todo el mundo les está costando gestionar el covid prolongado, regularizar la situación de salud de los afectados, y, de paso, sustentar las incapacidades permanentes a personas en edad productiva o laboral que por su sintomatología se les ha imposibilitado realizar o retomar sus actividades diarias durante meses e incluso años.
Jóvenes en cuerpos consumidos por la fatiga extrema, dificultad para respirar, mareos, dolores recurrentes, desánimo y conflictos emocionales. Adultos envejecidos prematuramente con debilidad constante, cefalea, ‘niebla mental’, déficit de atención, problemas digestivos, palpitaciones y depresión. En el caso particular de las mujeres sufren alteraciones menstruales.
Son hasta 200 síntomas diferentes, de acuerdo con los resultados de los primeros estudios internacionales que convierten la enfermedad en una afección multiorgánica debilitante. No se trata únicamente de literatura científica, indispensable en circunstancias tan desafiantes en las que se ignora el mecanismo concreto que los desencadena y que afecta por igual a quienes pasaron por una uci, tuvieron covid de forma leve o fueron asintomáticos. Estas son dolencias reales que experimentan personas que luchan cada día contra la incomprensión de los demás y la incertidumbre propia de no saber si podrán alguna vez recuperarse o curarse definitivamente.
Por ahora tienen motivos de sobra para sentirse estigmatizadas, marginadas u olvidadas. Tras años de tocar puertas aún no tienen la certeza de ser tratadas según su grado de discapacidad ni de obtener los cuidados a largo plazo que necesitan porque el sistema de salud, al menos en el caso colombiano, no ha incorporado un portafolio de servicios especializados para pacientes de covid persistente por razones asociadas a costos.
Asuntos prioritarios como atención sicológica permanente, acceso a redes de apoyo social, un registro nacional o su reconocimiento como una enfermedad incapacitante deberían ser parte de las reformas que el Gobierno del Cambio presentará a consideración del Congreso. Sociedades científicas y médicas, por su parte, deben hablar con insistencia del tema, para visibilizarlo ante la opinión pública.
Por si alguien se lo pregunta, el virus que ya no es una emergencia de salud pública de importancia internacional, sino un problema de salud establecido y persistente, sigue mutando y matando: una persona cada cuatro minutos. En el mundo, ya son más de 65 millones de personas con covid persistente y siguen aumentando. No lo tienen en su cabeza, lo sufren y de qué manera.
Mientras, se investigan sus causas, preparan ensayos clínicos para tratarlo y se intenta avanzar hacia una prueba de laboratorio para su diagnóstico, en Colombia el Ministerio de Salud está en mora de elaborar procedimientos asistenciales o de facilitar herramientas para solventar las carencias de los afectados, tan múltiples como las secuelas que arrastran por un virus que les cambió por completo la vida. No se lo hagamos más difícil.