Casi seis meses después de haber asumido el cargo, al presidente Gustavo Petro le está costando gobernar para todos los colombianos. En particular, para quienes estando por fuera del espectro ideológico o político de oposición decidieron no respaldarlo en las urnas porque desconfiaban de su apuesta progresista. Son los mismos que ahora levantan la voz para cuestionar o criticar una gestión marcada claramente por el talante mesiánico con el que el mandatario ha ejercido el liderazgo de la nación.

Sus pasos iniciales, muchos de ellos con buena intención, también lo han llevado a transitar, por momentos –bastante desafortunados– en el sinuoso camino del presidencialismo desmesurado, con tensiones que se mantienen a la orden del día. Tampoco faltan duros señalamientos, incluso de sus propios partidarios, como consecuencia de su inmovilismo, caso ICBF, o por su condescendencia ante las salidas en falso o meteduras de pata de algunos integrantes de su orquesta que no logran aún afinar ni armonizar sus acordes. Aunque viéndolo bien, puede ser que solo estén acatando órdenes, lo cual resultaría comprensible.

Durante este lapso que se podría catalogar como un difícil proceso de engranaje aún no concluido, al presidente Petro se le ha visto, por un lado, anunciar o tomar decisiones excesivamente unilaterales que si no se revisan con cuidado podrían poner en riesgo e incluso quebrantar el equilibrio institucional en términos políticos, sociales o económicos, al romper reglas del juego establecidas, como el respeto de libertades y derechos y la división de poderes, las más importantes en democracia. Por otro, emitir decretos desconocidos hasta para sus funcionarios que luego tratan de darles viabilidad jurídica o técnica con limitada eficacia. Y cómo no detenerse en el contenido de sus proclamas siempre plenas de una desconcertante retórica más propia de un candidato que de un gobernante, a través de su bien dotada cuenta de Twitter: su más potente herramienta de agitación de masas, con la que activa a diario a sus incondicionales que rinden absoluto culto a su personalidad, sin dar cabida a una sola crítica.

Situaciones surrealistas que han contribuido a dividir o fragmentar todavía más a una ciudadanía heterogénea, ávida de respuestas, además de esperanzada en los vientos de cambio por los que votaron. Es su derecho. También lo tienen quienes, así no compartan el ideario político del progresismo, aspiran a vivir sabroso con gobernantes que sean capaces de ofrecerles soluciones, administrar conflictos o resolver sus problemas sin que estos se etiqueten bajo criterios doctrinales. Unos y otros empiezan a sentirse cada vez más presionados para librar nuevas batallas en las calles, so pena de ver agravados los efectos de las muchas crisis que afrontan.

Esto apenas comienza, pero la forma de entender el poder del presidente Petro revela que con frecuencia se desliza hacia un modelo de gobernanza con ribetes autocráticos, lo cual debería ser motivo de serena reflexión en el interior del Gobierno y, en general, en los partidos que integran la coalición. Sobre todo, porque esto contradice sus llamados iniciales para construir un acuerdo nacional concentrado en superar desigualdades e injusticias socioeconómicas y ambientales.

Quienes defienden o celebran el estilo de gobernar del jefe de Estado vía Twitter, donde suele poner en tela de juicio la labor crítica de la prensa desconociendo el derecho a la libertad de expresión o el desbalance de poder que existe entre una figura política como él y un periodista, olvidan – también le pasaría al jefe de Estado– que la intransigencia o el dogmatismo en ciertos asuntos puede obstaculizar su progreso. Hacer realidad la extensa agenda reformista comprometida en el programa de Gobierno que dará pie al Plan Nacional de Desarrollo solo será posible mediante consensos políticos y sociales.

Se trata de remar hacia el mismo lado, pero usted, presidente, es quien lleva el timón de este barco que es Colombia. Si encalla, vendrán las tinieblas y nos hundiremos todos. Imponer más polarización no es tabla de salvación para nadie, incluido usted.