Son demasiadas las tragedias registradas en las corralejas como para dejarlas pasar y seguir con ellas como si nada. La más reciente en El Espinal, Tolima, donde cuatro personas murieron –entre ellas, un bebé de 14 meses- y más de 320 resultaron con diferentes lesiones, algunas de ellas de gravedad, tras el desplome de al menos 8 rudimentarios palcos que eran parte de una improvisada estructura de guaduas y lianas, ubicada en la plaza de toros del municipio. Como sucede muchas veces, pero solo se descubre cuando ocurren las desgracias, el armazón no cumplía condiciones mínimas de seguridad, tampoco fue sometido a pruebas de carga y el alcalde, Juan Carlos Tamayo, ni siquiera respondió los requerimientos de la Procuraduría General que le había solicitado, como a todos los mandatarios de los municipios donde se realizan este tipo de eventos, medidas de prevención y planes de atención frente a posibles emergencias o desastres. Ahora, el ministerio público determinará cuál es su responsabilidad en el siniestro, por el que se le inició una investigación. Aun así, y en contra de la voluntad de las familias afectadas, decidió continuar con las corralejas en la localidad.

Este hecho tan desafortunado muestra la incapacidad de las autoridades locales para asumir una posición contundente en defensa de la vida y la seguridad de quienes residen en sus territorios y de los animales usados para estos espectáculos, que terminan siendo sometidos a inenarrables maltratos, torturas o prácticas salvajes, de los que, supuestamente, no se pueden prescindir por razones económicas o culturales o porque forman parte del arraigo popular y de festividades tradicionales. Válido, pero sin mecanismos de control ni vigilancia, como suele pasar, se corre el riesgo de que el festejo engendre desgracias totalmente evitables que cada cierto tiempo se repiten con distintos agravantes.

Bajo exiguos argumentos, alcaldes, ganaderos, empresarios y defensores de las corralejas cierran filas en torno a inaceptables excesos que suelen dejar secuelas físicas o emocionales a los asistentes. Entre los más cuestionados, permitir el acceso de personas alicoradas al redondel de arena, en ocasiones con elementos cortopunzantes para azuzar al toro, o autorizar el ingreso de menores de edad a las plazas, pese a que Naciones Unidas ha instado a Colombia a que los aparte de eventos como estos, donde la violencia contra los animales no solo es tolerada, sino también aplaudida. Se nos olvida con demasiada frecuencia que la única cultura que se debe promover en la infancia es la del respeto por la vida. Exponer a los pequeños a repudiables actos de maltrato animal puede llevarlos a creer que esta es la única forma de relacionarse con ellos. No está de más insistir en que quienes pueden llegar a ser crueles con los seres sintientes resultan más propensos a serlo con sus semejantes. Rompamos el círculo vicioso de la violencia que celebramos como si fuera una forma de diversión o de sana convivencia. No nos equivoquemos más.

Cada nueva muerte o incidente en las corralejas no se puede aceptar como si fuera una fatalidad irremediable que entra a ser parte de un historial horrible, en el que el desplome de palcos en Sincelejo, en 1980 con sus 500 muertos, tiene un sitial tristemente célebre. 42 años después, la realidad del país es distinta. Se hace imprescindible abrir el debate acerca del futuro de las corralejas. Si nadie hace nada, seguiremos asistiendo a desgracias anunciadas que, más temprano que tarde, pasarán factura a los gobernantes y a toda la sociedad. Hacen bien sectores políticos alistando iniciativas legislativas para prohibirlas o regularlas, porque es evidente que a nivel local los alcaldes de turno se cruzan de brazos para no incomodar a sus coterráneos en un ejercicio de cinismo e irresponsabilidad política.

En Atlántico, tras los lamentables sucesos de Sabanagrande y Repelón, donde al menos una persona murió y 20 quedaron heridas, la gobernadora Elsa Noguera, con respaldo del alcalde de Barranquilla, Jaime Pumarejo, enhorabuena ha pedido a los mandatarios del departamento no autorizar más corralejas, de las que dijo: “Representan un peligro para quienes participan en ellas y para los animales”. Tiene razón. Necesitamos ser conscientes de ello. No se puede justificar esta barbarie por más tiempo bajo cualquier pretexto. Quienes obtienen sus ingresos de estas prácticas deben recibir opciones distintas, pero basta ya de despreciar la vida de las personas y de los animales de una forma tan hipócrita.