Comenzó la temporada navideña y con ella la inacabable tragedia de los quemados con pólvora en Colombia. Muchos son menores de edad convertidos, de la noche a la mañana y por la irresponsabilidad e insensatez de un puñado de adultos, en víctimas de lesiones irreversibles de por vida. Es desconsolador que en solo 9 días de diciembre, 238 personas –un 33 % más que en las festividades de 2020-2021- hayan sufrido lesiones por manipulación de artefactos pirotécnicos. Todavía más lamentable es que 88 de ellos sean niños que, en al menos 10 casos según comprobaron las autoridades, estaban bajo el cuidado de familiares borrachos.

Pese a las campañas de concientización social, Atlántico aparece como la quinta región del país con más lesionados. Baranoa, Polonuevo, Malambo, Santo Tomás y Soledad acumulan 15 quemados –entre ellos, 6 menores de 3 a 12 años– lo que representa un 66 % más que todos los casos registrados en la temporada 2020-2021. Si a lo anterior se suman los dos de Barranquilla, el promedio es de casi 2 personas quemadas por día. Está claro que se debe replantear cuanto antes la estrategia preventiva y de control de las autoridades para evitar que los incidentes sigan creciendo. Es indispensable adoptar nuevas acciones, mientras cabe preguntarse, ¿en qué se está fallando?

En tanto los ciudadanos sigan sin entender que la pólvora no es un juego, correrán el riesgo de caer en él. Su tozudez los llevará de manera casi irremediable a exponer sus vidas y las de sus seres queridos a situaciones con consecuencias impredecibles, peligrosas y hasta potencialmente mortales. Desconcierta desde luego la falta de sentido común de adultos que en esta época, al margen de su condición social o económica, son incapaces de desligar las celebraciones del uso indiscriminado de elementos riesgosos como totes, voladores, volcanes o cohetes, e incluso las falsamente inofensivas luces de bengala.

Se diga lo que se diga, ninguno de ellos es de uso recreativo. Quienes lo creen así se equivocan de cabo a rabo y con sus conductas inconscientes se convierten en los únicos artífices de su propia desgracia. Frente a quemaduras, amputaciones, daños auditivos y lesiones oculares sufridos por adultos que manipulan pólvora con absoluta ligereza –además mezclándola con alcohol- no caben justificaciones de ninguna índole. Principalmente por una razón: ¡son hechos prevenibles! Por lo que se debe reclamar de toda la sociedad cero tolerancia respecto a comportamientos tan imprudentes que muchos insisten en realizar bajo la excusa de mantener tradiciones familiares o costumbres populares.

Ni lo uno ni lo otro. Su necedad tiene un costo extremadamente alto que casi siempre termina afectando a los más indefensos a su alrededor. Con preocupación, y coincidiendo con el inicio de las festividades, médicos veterinarios y etólogos reportan el incremento de ataques de pánico, estrés intenso y hasta fallecimientos por infartos fulminantes de perros, gatos, conejos y aves, debido al sonido provocado por las explosiones de la pólvora. Tan egoístas como irracionales, estas personas que ni siquiera se detienen a pensar por un minuto en el sufrimiento padecido por sus propias mascotas, tampoco se enteran –ni mucho menos les importa- cuál es el tormento que afrontan los animales silvestres expuestos, además, a las sustancias contaminantes de los artículos pirotécnicos.

¿Por qué seguimos permitiendo que la pólvora arruine la vida de niños, adultos y familias enteras? Sin excepción, su manejo tiene que estar en manos de profesionales autorizados para evitar que se incrementen las ya dolorosas cifras de lesionados: más de 10 mil en la última década. Este es un serio problema de salud pública que requiere no solo atención para los nuevos afectados, sino una pedagogía permanente soportada en un principio básico de corresponsabilidad entre el Estado, la sociedad y las familias, para prevenir la ocurrencia de más casos. También la manipulación responsable debe ir acompañada de una regulación estricta sobre su fabricación y venta. De la pólvora no podemos hablar solo en diciembre, es imprescindible que se le preste más atención. Que no se nos haga más tarde.