Eriza la piel saber que policías y militares de Ecuador han retirado cerca de 800 cadáveres de viviendas en Guayaquil, la capital costera de este país. No hay una prueba PCR o test rápido que certifique cada muerte por coronavirus, pero en una ciudad abatida por la pandemia que se salió de control, pocos se atreven a solicitar una confirmación adicional. Tampoco hay cómo hacerla. El sistema de salud está colapsado.

Otros 631 fallecidos fueron sacados de los hospitales de esta ciudad de 2.7 millones de habitantes, donde funerarias y morgues están desbordadas. Guayas, la provincia donde se encuentra ubicada Guayaquil, con un total de 5 mil 400 contagios, contabiliza el 72% del total de casos del país y revela la peor cara de la durísima crisis que afronta Ecuador, cuyas autoridades solo reconocen 355 víctimas mortales por COVID-19.

Lenin Moreno, el presidente ecuatoriano está siendo duramente cuestionado por distintos sectores que denuncian inaceptables demoras en la adopción de medidas drásticas cuando la infección ya galopaba por el suroeste del país. El mandatario, que afrontó multitudinarias movilizaciones y protestas de sindicatos, sectores sociales e indígenas contra sus planes económicos en octubre de 2019, responsabiliza de la actual crisis a su pasivo externo de más de 65.000 millones de dólares producto de “endeudamientos irresponsables heredados por su gobierno”.

Ecuador, que no tiene cifras consolidadas sobre la real dimensión de la epidemia y está a punto de sufrir una debacle de su economía con una caída que podría llegar hasta el 7%, no confía en su presidente que hoy está con el agua al cuello.

En otro extremo del vecindario está Nicaragua, donde millones de personas siguen preguntándose por el paradero del presidente Daniel Ortega, a quien no se le ve en público desde el 12 de marzo. Las especulaciones van y vienen sobre la suerte del excomandante sandinista que gobierna desde hace 13 años. Mientras en la comunidad internacional crece la preocupación por la crisis sanitaria y económica que puede asolar a Nicaragua por cuenta del virus y hasta el Banco Mundial señala que será una de las naciones latinoamericanas más golpeadas, la vida sigue allí como si nada y oficialmente se habla de solo una decena de contagios, todos importados.

No se ha decretado una cuarentena y ni siquiera se han suspendido actividades masivas. Los colegios siguen abiertos y a los ciudadanos, que intentan guardar medidas de aislamiento social por su cuenta, no se les pide seguir las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, que en varias ocasiones se ha llevado las manos a la cabeza cuando se le pregunta sobre lo que ocurre en ese territorio. Ortega, ausente de la gestión que demanda esta amenaza de la COVID-19, genera una enorme desconfianza, dentro y fuera de su país, donde se le acusa de manipular los datos.

Dos caras de una misma moneda, hay muchas más, que ilustran la crisis de confianza que sacude al mundo en este momento crítico, en el que los desaciertos de los gobernantes están dejando aún más expuestas sus debilidades y profundizando la desorientación de las personas, que además siguen recibiendo conceptos equivocados de quienes persisten en descalificar las voces de los científicos.

Qué agotador resulta este escenario en el que las torpezas, necedades, mezquindades, corruptelas e intransigencias de quienes deberían dar ejemplo con sus actos, terminan por erosionar la confianza de los ciudadanos que hoy están confinados, pero no será así para siempre. Unidad y liderazgo.