Un pasaje del cuento budista “Sidharta y el cisne” el cual promueve (como el budismo en general) el respeto a la vida, narra como un sabio se aproxima al Rey y le predice que su pequeño hijo tambien lo será. Pero renunciará a las bondades de su trono con la intención de ayudar a los demás.
El rey, tratando de evitar lo inevitable, mostraba día y noche los beneficios del reino a su hijo. Exaltaba sus bondades en procura de cegar su destino. El pequeño príncipe a penas con 7 años, exponía a su padre su inmensa humildad. Cada vez que el rey le recordaba con orgullo y vanidad que él sería su remplazo y que no encontraría mejor lugar en el mundo para serlo, el chico le respondía con certeza y tranquilidad: “haré lo mejor que pueda, padre.”
Y así lo hizo. Cuando pudo, rompió las cadenas y motivado por lo primero que vió en el mundo exterior: un enfermo, un anciano, un muerto y un desahuciado, salió en busca de la sabiduría, la bondad, la paciencia, la generosidad y la compasión.
El budismo como disciplina filosófica y forma de vida, desde entonces propone, entre otras cosas, la eliminación de los sentimientos de insatisfacción vital y el respeto.
Lo que jamás imaginó Sidharta Gautama (Buda) su creador, era que 2500 años después, uno de sus representantes en la tierra, destrozaría esas dos premisas fundamentales de su misión espiritual.
La grotesca imagen del Dalái Lama, El “lama” besando a un niño en la boca y pidiéndole que “lama” su lengua, desmembra cualquier tipo de satisfacción vital y tritura de manera criminal el significado del respeto. Lo visto, atenta contra todo, contra sus propias leyes y contra la ilusion de muchos que, decepcionados por la conducta expuesta por otros “líderes” religiosos, que ocultan bajo su sotana la inocencia de infantes obligados a satisfacer sus aberraciones, encontraban en el budismo algo de sociego, esperanza y luz.
Nauseabunda y repulsiva la imagen. Indignante la explicación. Querer vestir de broma la propuesta de “lamida” es tan reprochable como el deseo.
Los niños llevan dentro de si, una espiritualidad natural, propia y verdadera que el adulto afana por alcanzar y en su fracaso, entonces manosea y maltrata de manera repugnante. La virtud ausente gobierna nuestros días, la iluminación se ensombreció.
Seguirán cayendo máscaras y túnicas, trasbocaremos en sus discursos.
Buda renunció a todo, ese fue su gran legado y ese, parece ser el gran mensaje de hoy: renunciar, pues el “lama” en medio de la deshonra, invita a renunciar también a él y a su figura decadente que poco aplica, confunde y olvida la moraleja del cuento del respeto a la vida, y por demás, a la dignidad, a la inocencia, la pureza y a todo lo que un niño merece e inspira.