Es válido estar adormecidos, cansados y afligidos; pero abrumados, todo pesa un poco más.
Es válido levantarnos rotos; pero en mil pedazos, todo pesa un poco más.
Por momentos las certezas son fragmentos, son esquirlas, son astillas, sobre todo cuando a pesar de tanto el hombre sigue sorprendiendo con tan poco.
Pero cuando más desilusión sentimos, más debemos persistir.
No podemos dejar de pensar en un mundo mejor, no podemos dejar de creer en un universo de historias más amables y honestas donde por fin la vida no deba ser blindada o escondida para así esquivar las armas que con balas y sin ellas siguen enmudeciendo y silenciando familias.
Hay días en que todo pesa un poco más, pero en esos días no se aceptan cartas de renuncia.
Crecí con una buena amiga, creo que no éramos conscientes de la magnitud de la amistad que construíamos, tampoco responsables por no hacerlo, éramos chicos y pasábamos tanto tiempo juntos que parecíamos hermanos y, algunas veces los hermanos, por ser hermanos, consideran obvia la amistad, la desestiman o la ignoran. Así pues, nuestra amistad estaba arropada por otros roles, pero el tiempo hacía su trabajo y con el paso de los años, acercamientos y rupturas, nos demostró que podíamos ser más amigos de lo que pensábamos, que podíamos querernos más de lo que nos queríamos y que podíamos repararnos más de lo que alguna vez imaginamos.
Hace algunos días en medio del dolor que produce asomarse a la ventana y darle un vistazo a nuestro país, ella, mi amiga Adriana, entendiendo y compartiendo mi indisposición, mi silencio y amargura, y honrando nuestro afecto e inquietud, puso en mis manos la historia de una tradición milenaria que yo desconocía, practicada por la cultura del sol naciente desde 1358. Como verán, nada menor.
“Recuerda siempre las vasijas” me dijo segundos antes de entregarme el texto.
Algunos maestros Zen, y parte de la filosofía japonesa, consideran que las vasijas, ollas y tazas que se han dañado no deben ser arrojadas a la basura o dejadas en el olvido. Según ellos, estos objetos rotos traen un bello mensaje cifrado que pretende mantener nuestra atención y respeto hacia estos a través de la facultad que tengamos para repararlos. Hacerlo, constituye un proceso simbólico de reconciliación con los defectos y accidentes del tiempo, lo cual, expone ampliamente el ejercicio básico de sus creencias.
La tradición cuenta que cuando una pieza se rompe accidentalmente se recogen sus trozos con cuidado y se ensamblan de nuevo, ellos lo hacen con pegante, barniz y resina con polvo de oro. Pero ojo, no para disfrazar el daño, por el contrario, para hacerlo evidente, enaltecerlo y hacer hermosas y fuertes las suturas.
La palabra que se le ha dado a esta preciosa técnica es Kintsugi.
El Kintsugi considera que las fracturas y reparaciones son parte fundamental de la historia, por lo tanto, deben mostrarse, no ocultarse.
El kintsugi hace de lo frágil, algo bello y fuerte. Su práctica brinda la convicción de respetar lo que está dañado, vulnerable o imperfecto, empezando por nosotros mismos, por aquellos que nos rodean o por las vivencias que nos hacen estallar en mil pedazos.
En sus días grises, recuerde las vasijas, no olvide el Kintsugi, todos podemos recibirlo y practicarlo.