Las marchas del 21 de abril, a las cuales el presidente intentó minimizar, representan la realidad de un país cuyo descontento no solo está centrado en las reformas que ha presentado el gobierno, sino en la dirección que en general le está dando al país. No fueron marchas de “odio”, como lo dijo el presidente en un trino; tampoco son marchas de la clase dominante, como lo sugirió en otro. Son marchas de insatisfacción por una mala gestión que se ve reflejada en la economía, en la inseguridad y en la falta de ejecución presupuestal en gran parte de sus carteras. Por supuesto, también hay un rechazo rotundo a la propuesta de una Asamblea Nacional Constituyente que no tiene ni pies ni cabeza y que solo desestabilizaría aún más al país.
El presidente siempre se refiere al pueblo y a las fuerzas populares, desconociendo que el pueblo no es solo aquel que lo sigue apoyando a pesar de las críticas a su gestión, sino todos aquellos que conforman esta nación, sean sus aliados, sus opositores o aquellos que no salen a marchar porque su expresión política no está en las calles. Ese intento de excluir del pueblo a todo aquel que no esté a su favor muestra una visión de tendencia autoritaria que parte del desconocimiento de un pueblo pluralista, donde no todos tienen las mismas ideas políticas, donde no todos están en contra o a favor, donde no todo el mundo se identifica con la izquierda o la derecha, donde hay matices y, por supuesto, donde la legitimidad popular no está en solo un grupo de personas que convenientemente determine el presidente de turno.
Es muy propio de los líderes populistas intentar apropiarse o delimitar lo que es el pueblo. Para un populista, siempre que el pueblo esté de su lado tendrán la razón y todo aquello que sea contrario a sus ideas puede enmarcarse en categorías de “élite política” o, en palabras del presidente, de “la clase dominante”. Dicho esto, el discurso que trata de fragmentar a la sociedad, de dividirla en dos categorías, solo trata de restarle legitimidad a una manifestación que, como se vio en las calles, tenía por propósito manifestar un descontento legítimo a muchas de las acciones y omisiones del gobierno. Una manifestación en contra del gobierno no es un intento de “golpe blando”; es una expresión política de la ciudadanía, como muchas de las que en su momento encabezó el hoy jefe de gobierno y los miembros de su partido.
Ahora, el gobierno puede seguir negando la existencia de un pueblo pluralista, pero la realidad es que su radicalización y su falta de escucha lo llevarán a que esa parte del pueblo que lo apoya sea cada vez menor. Ya no es extraño ver a muchos de quienes votaron por el presidente advertir que se sienten defraudados y que su gobierno no representa los ideales de la izquierda socialdemócrata que esperaban para Colombia. Ahora, como lo han dicho dos de sus más relevantes funcionarios, es momento de que reflexionen, pero de verdad.
@tatidangond