Como sucede cada cuatro años un sinnúmero de personas que no tenían un plan de carrera en su vida, deciden postularse a cargos públicos de elección popular; bien porque en sus familias la tradición o el negocio consiste en mantenerse en el poder o porque su popularidad es tal que prefieren capitalizarla en algo que les dé un mayor reconocimiento entre los suyos. Su facilidad para ser elegidos popularmente es superior a la de cualquier persona que se ha formado y trabajado toda su vida para llegar con un plan sólido al Congreso, por esa razón, todos los años el legislativo siempre tiene un grado elevado de desaprobación pública, dado que muchos de los llegan no tienen ni la menor idea de lo que es un proyecto de ley, un debate de control político y mucho menos una moción de censura.

Cuesta creer que un asunto que requiere tanta o más vocación que dedicarse a la medicina en tiempos de covid-19, se convierta en un escenario donde la democracia queda al servicio de la vanidad de candidatos de intereses múltiples, que nunca han tenido un acercamiento sincero o genuino a lo público o a temas de interés general. Aunque a muchos votantes les falta herramientas para identificar este tipo de candidatos light, no es tan complejo ubicarlos en el mapa electoral, pues puede tratarse de un “influencer” de redes sociales que convenientemente empezó a mostrar su inesperada vocación social o del nieto de un político retirado que nadie conocía fuera de su entorno cercano, pero que dice llevar en sus venas la afición al servicio público.

Todas estas candidaturas, muchas de las cuales parecen calcadas de un libro de cómo llegar al Congreso sin saber para qué, tienen un parecido inigualable a la dinámica electoral de la serie Juanpis González – y si no la han visto, por favor hacerlo-; un panorama donde la política es espectáculo y donde el poder es el fin último.

Ahora, si bien la ciudadanía tiene la última palabra a la hora de votar, hay una gran responsabilidad de los partidos políticos en buscar verdaderos líderes para sus listas a Cámara y Senado. Los partidos en Colombia carecen de un sistema abierto y justo para otorgar avales, por lo que terminan dándose a personas que no son idóneas para el cargo al que aspiran, generando un camino sin salida en un país donde el verdadero liderazgo está en un segundo plano.

El país está volcado hacia el debate presidencial, lo que es entendible en una nación altamente presidencialista, pero lo cierto es que necesitamos un Congreso fuerte y sólido que pueda ejercer un verdadero control político al próximo gobierno, lo que no podrá ser si tenemos un legislativo light que no sabe para qué fue elegido.

@tatidangond