Lo fácil es ser pesimistas. Es lo que transmite Yascha Mounk, luego de pasar revista a los traspiés políticos de la diversidad en India, Turquía, Polonia, Hungría y en las democracias emblemáticas de Estados Unidos y el Reino Unido, donde el adjetivo Unido se ha desteñido. Su tesis se finca en la propensión de la especie humana para bien y para mal por la manada, por la tribu. Para bien porque nos ha elevado a los más extraordinarios logros colectivos en civilizaciones de todos los continentes, culturas y países. Para mal porque nos ha arrastrado a crueldades indecibles contra otros seres humanos por diferencias no solo de raza o religión, sino también de aglutinantes más accidentales, como el patriotismo y la ideología.

Sin hacerse el avestruz con las dificultades que la diversidad le plantea a la democracia no se le puede abrir la puerta al pesimismo y pretender regresar a una autarquía grupal. No hay espacio para ese lujo. La diversidad no tiene reversa y tiene bajos los frenos. No habrá un futuro deseable si renunciamos a la convivencia y la solidaridad humanista por encima de colores, dioses, regiones o idiomas.

Cierro ahí un resumen tal vez injusto de las 340 páginas del libro de Mounk, para plantear dos líneas de reflexión. En primer lugar, el caso de nuestra América. Mounk pasa por alto que el gran desafío que la diversidad étnica y cultural le plantean al sistema democrático no comienza con los cambios demográficos de las últimas décadas en las democracias europeas y anglosajonas. El experimento se inició inadvertidamente con dos docenas de democracias en las Américas hace un par de siglos en países con una demografía tri étnica: Nativos, blancos y negros. Dictaduras militares de derecha fueron tan frecuentes como las hereditarias de izquierda lo han sido después. Costa Rica, Uruguay y Colombia, ésta aunque usted no lo crea, han sido las de mejor desempeño y tal vez no sea coincidencia que las dos primeras son las más homogéneas.

En segundo lugar, regreso a mi sugerencia en reciente columna de estudiar el exitoso experimento de Singapur, a pesar de su categoría de ciudad estado. Lee Kwan Yew tuvo que luchar, a proporciones guardadas, con todas las manipulaciones de rivales políticos para envenenar procesos electorales con el llamado radical de las tribus étnicas y religiosas que habitan el territorio. El proceso es un caso valioso para los interesados en el desafío al sistema democrático por la diversificación poblacional de las democracias en el mundo.

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