Si bien es cierto la construcción del Ecoparque Ciénaga de Mallorquín en Barranquilla aún no ha finalizado por completo, algunas partes del proyecto ya están abiertas al público. Siendo así un buen plan para ir a compartir en familia y amigos.
Lo primero que hicimos al llegar fue caminar pausadamente al margen de aquella bahía de agua salobre cuya ribera recibía la sombra de unos gigantescos árboles.
Había un pabellón y se respiraba tranquilidad en el ambiente. Bien se puede decir que el interior de aquel bioma redescubierto no desmiente nada de lo que promete al ser advertido desde lejos, como cuando uno conduce por la calle 110 con dirección a la ventana al mundo apenas preguntándose en qué consistía ese cuerpo de agua dispuesto a la izquierda de la carretera.
Unos troncos longevos que se levantan desde el lecho marino, la brisa oceánica del atlántico arrastrando partículas de sal, el sol dispuesto en lo más alto del cielo y esas gaviotas blancas que fijaban en nosotros sus ojos suspicaces.
Todo parecía obedecer a una armonía que resulta difícil de explicar, pero que de alguna manera inspiraba un sabor a naturaleza, sobre todo cuando nuestro camino de madera se iba internando cada vez más en medio de la vegetación copiosa del embalse hasta que prácticamente el paisaje quedó convertido en una calle de árboles frondosos. Esos mismos árboles gigantescos que vimos al principio, conocidos como mangles.
Las raíces de estas especies se confundían unas con otras dando la extraña impresión de imitar los tentáculos de un cefalópodo. La ciénaga, aunque silenciosa, respira, tiene ojos y es capaz de sentir dolor. Siendo así nuestro deber protegerla de cualquier peligro, es el pulmón de la ciudad, no permitamos entonces que nada corte su respiración.
Andrés C. Palacio