El día de hoy debería servir para contemplar los episodios que pintan el paisaje a quienes somos testigos de esta época turbulenta. En mala hora el incendio de Nuestra Señora de París; sus llamas y cenizas han quemado los ojos de propios y ajenos, todos perdimos algo. Cada vez que la belleza es lastimada o herida de muerte, ese daño nos toca a cada uno y no hay que ser católico o parisino para que también nos afecte, solo que algunos no lo sienten porque no se dan cuenta.
Ojalá este triste episodio llame la atención y apacigüe los diversos ánimos que ocupan nuestro mundo tan peculiar. Es soñar despiertos porque mañana lunes todo seguirá moviéndose al ritmo vertiginoso de siempre. De lo que no hay duda es de que alguien en París estará menos tranquilo: el irresponsable o descuidado que, para el caso lo mismo da, lo más probable, dejó caer una colilla encendida o, en algún trabajo de reparación, soldadura por ejemplo; no vio alguna partícula de escoria ardiente que saltó o, de pronto, un exceso de llama de soplete cerca de algo inflamable calentó un madero más de la cuenta y no tomó las medidas mínimas de precaución. Así suceden las cosas, todo es posible. Por ejemplo, el accidente del avión 737 MAX-800 de Ethiopian Airlines; un “error” en divulgar bien el nuevo sistema MCAS (Sistema de Aumento de Características de Maniobras, en español) de la aeronave y esta se estrelló contra la lógica de los pilotos que no lo conocían. Seguramente en ambos casos no había la intención de hacer daño, pero eso no exime a quienes tenían la responsabilidad del manejo de temas tan delicados. Son responsables.
Así es la escoria, término usado de manera más frecuente para referirse con desprecio sobre ciertas personas, que a las cenizas y los pedazos inservibles que flotan en el metal ardiente. Entonces, a veces, o muchas veces, sucede así: dentro de lo posible, una simple colilla o escoria pueden causar la más grande conflagración y llevarse todo por delante. Esa escoria ardiente puede estar alojada en los febriles anhelos de poder, o en la pretensión de enriquecerse en el menor tiempo posible a través de los más oscuros atajos. Sin el poder o sin esa riqueza quedan de alma desnuda y lo que vemos es tan poca cosa que ni esas personas se pueden ver a sí mismas. Pretenden estar por encima del bien y del mal, y están convencidas de que logran hacernos creer a los desprevenidos una historia diferente, la suya.
Nostradamus vuelve y aparece cada vez que sucede algo trágico que se puede profetizar; se dice que predijo este incendio en sus bien tejidos versos de hace 500 años. El fuego en la catedral parisina sí estuvo en los planes de Hitler en 1944, pero el general nazi Dietrich von Choltitz, a cargo de esa tarea, no obedeció la orden de arrasarla. Eso tampoco salva a ese general de ser una escoria humana.
Le queda la oportunidad de pellizcarse a quienes insisten en construir nuestro país sobre una historia escrita a su acomodo. Detrás de ellos viene corriendo Colombia entera con los dientes a la vista; no permitiremos que la escoria queme nuestras ilusiones porque no son de madera.
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