La pesadilla comenzó el 2 de febrero de 1999 con la elección de Chávez. Les tomó a los venezolanos 20 años despertar. López, Capriles, Machado, Carmona y otros terminaron en la cárcel, perseguidos, maltratados o en el exilio, y le sirvieron a Maduro para recordarles quién tenía el poder absoluto. Pero no hay mal que dure cien años… Y no todo ha sido declaraciones de apoyo, conciertos, donaciones o ayuda humanitaria. Hay algo más.

El viernes 25 de enero, con los primeros rayos del sol, aterrizaron, casi al tiempo, dos jets ejecutivos de alta gama en el Panamá Pacífico International Airport, o lo que fue la base Howard de la fuerza aérea norteamericana. El primero había salido muy temprano de Venezuela y el segundo había alzado vuelo en la madrugada desde una base militar cercana a Washington.

Aunque no se habían visto antes, al saludarse, ambos sintieron que estar ahí los hacía amigos y hermanos desde y para siempre. ¡Bienvenido, Juan!, le dijo el presidente de Panamá, Juan Carlos Varela, a Juan Guaidó, al pie del avión. Un halo de hermandad cubrió a los que estaban ahí y se materializó en un largo abrazo que sirvió para sellar ese instante. El resto del grupo saludó efusivamente al mandatario panameño. Varela señaló unos vehículos en la pista y los abordaron de inmediato.

Del segundo avión bajó un grupo más pequeño. El primero en descender fue el enviado especial del secretario de Estado de EEUU, Mike Pompeo. Saludó casi en modo automático –pero con sumo respeto– al presidente Varela. Sin más, abordó una camioneta con blindaje especial.

A esa hora, el recorrido desde ese aeropuerto hasta la embajada norteamericana ubicada en Clayton, antiguo centro de la Zona del Canal, ahora un barrio residencial, toma unos 15 minutos. La reunión comenzó de inmediato y se extendió por las siguientes 12 horas. Al salir, Guaidó no pudo disimular su satisfacción y entusiasmo. Los EEUU le aseguraron “máximo apoyo” si lo llegaba a necesitar y las condiciones implícitas de “ese apoyo”. Una que es obvia: convocar a elecciones libres lo más pronto posible.

En Caracas, Maduro y su círculo discutían los tecnicismos de los aviones reservados para su eventual salida. Requerían autonomía de vuelo para cubrir las 12 horas y 24 minutos para llegar a Moscú o considerar una escala en una base en Turquía. Lo que más obsesionaba a Maduro era su posible captura. La opción de Cuba generaba dudas, pensaban que, aunque los aviones volaran bajo, los sistemas de rastreo de los EEUU desplegados en el Caribe los detectarían fácilmente. Su temor era que en su huida podrían intentar derribarlos o desviarlos y arrestarlos al aterrizar.

Guaidó y su comitiva regresaron esa tarde a Caracas. Sin duda, era otro Guaidó, mucho más potente que el de la madrugada. Ahora tenía la certeza de contar con lo necesario para escribir la nueva historia de Venezuela. Este episodio no está disponible ni en Google, ni en redes o cualquier otro sitio en internet. Algún día Guaidó nos contará qué le sirvieron de desayuno en el vuelo de Caracas a la Base Howard. Da curiosidad.

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