Desde el 7 de agosto de 2022, día en que asumió el poder el presidente número 42 de la República de Colombia, Gustavo Petro Urrego, presentar reformas ha sido su mayor propósito: reforma tributaria, reforma a la salud, al trabajo, a la educación, crear ministerios en indebida forma y, si se puede, ni la constitución política se salvará de una reforma. En conclusión, si Petro Urrego entrega el poder en 2026, el gobierno del Pacto Histórico pasará a la historia como el gobierno de las reformas. Para reformar, se necesita autoridad y control; hacer reformas sin contar con estos dos requisitos es como ponerse un traje nuevo sin bañarse después de hacer ejercicio. Primero hay que poner la casa en orden, ejercer la autoridad, merecer el respeto, y solucionar problemas como la impunidad, los carteles criminales de la contratación y la corrupción.
Si hay algo que reformar, es el proceder de los entes de control para que cumplan con su función constitucional y ejerzan el control fiscal, disciplinario y penal, para que todo el que se apoderé de los recursos del estado en beneficio propio reciba el castigo que se merece.
Mientras las mafias políticas sigan empoderadas en las regiones a lo largo y ancho del país, obteniendo el pago de avales y teniendo poder dentro del gobierno, Colombia seguirá siendo una potencia mundial de la corrupción, lejos de serlo de la vida como pretende hacer creer el presidente a nivel nacional y mundial.
Colombia es un estado cada día más empobrecido, violento y maltratado por aquellos que juraron cumplir con el deber de defender la constitución y la ley. Algunos padres de la patria legislan a favor de intereses personales, mientras el pueblo sufre la opresión. Los escándalos por corrupción estallan para luego quedar en el olvido tras una cortina de humo, un partido de fútbol, gane o pierda la selección, o la final del torneo colombiano. Un pueblo ignorante y adormecido que solo se contenta con circo y aceite, espectáculo y la promesa de un subsidio o un empleo que en muchas ocasiones no llega, solo promesas y falsos juramentos palabras que se lleva el viento.
Si bien es cierto que cada pueblo merece el gobernante que tiene, Colombia no merece ser más empobrecida, saqueada y sumergida en la violencia y la miseria. Es hora de una reforma que traiga de nuevo al estado la dignidad, la lealtad y la honestidad que permita enjuiciar uno a uno a los corruptos para que podamos ser el estado social de derecho que nos merecemos y verdaderamente ostentar el título de potencia mundial de la vida. Que la paz, la prosperidad y la esperanza vuelvan a resurgir en nuestro país.