En uno de sus espléndidos relatos, Borges cuenta la historia de un escritor judío, quien justo antes de ser fusilado por los nazis, hace un balance de su vida y le pide a Dios el milagro de un año más para completar en secreto la única obra capaz de redimirlo, de justificarlo. Semejante percance de última hora no debió desvelar al mago de Aracataca, cuya existencia puede incluso justificarse con relatos tan tempranos como “La noche de los alcaravanes” o “Alguien desordena estas rosas”.

Comprendió que el oficio de las letras requería de un profesionalismo insoslayable, que la voracidad de la lectura era el único camino para la formación literaria y humanística, que toda buena literatura es de algún modo una transposición poética de la realidad, que hay que agarrarse a trompadas con las palabras para conseguir, después de muchas horas, el prodigio de un buen párrafo, que los escritores se hacen en la soledad del estudio, del trabajo constante, silente y disciplinado, nunca en los cocteles, ni bajo los reflectores, ni en las páginas sociales, ni en las revistas de peluquería.

Algunos no comparten la visión de América Latina que propagaron por el mundo sus novelas, pero mientras esto sucede, Mo Yan, un chino de frente amplia y ojos diminutos recibe el premio Nobel y en su primera entrevista declara en mandarín ser discípulo de Gabo, de su trabajo de orfebrería literaria, de encantamiento discursivo. Una labor de alquimia que tomó años de maduración y que comprende al menos tres proyectos estéticos distintos: el fantástico, el realismo social y el realismo maravilloso.

Gabo redescubre las virtudes del habla y el narrar popular del Caribe colombiano sobre la base de nuevas técnicas y procedimientos narrativos. Su obra supone una renovación que aprovecha la técnica moderna, al tiempo que reelabora formas expresivas y modos de narrar que fluyen del seno mismo del Caribe y que, en abril de 1950, le permiten escribir en EL HERALDO que el provincianismo literario en Colombia empieza a dos mil quinientos metros sobre el nivel del mar. 

García Márquez desemboca en un particular tipo de escritura en la que lo sobrenatural, lo insólito, no es el otro lado, sino que se incorpora al plano de la realidad, de la cotidianidad. Es así como se integran diversas caras de una sola realidad: la premodernidad del sujeto cultural vallenato, la racionalidad alternativa y moderna del barroco, el dialogismo y la subversión del carnaval y la reinterpretación mítica de la historia latinoamericana. Su propuesta, que apunta hacía la transposición de la realidad en escritura a través de la imaginación, consolida un nuevo modo de representación de la realidad, una superación de la causalidad del realismo y de su representación conceptual del mundo que, en lugar de aislar al lector de la realidad, le concede, a través del placer de la lectura, una mayor comprensión de su tiempo…