Hay algo que se resiste. Una fuerza pesada no nos arrastra, pero nos ataja. Es una fuerza resistente al cambio, al movimiento. Es la fuerza del miedo. De un miedo conocido que da tranquilidad porque es el mismo de siempre, porque es aquel con el cual convivimos a diario. Es esa fuerza de la cual nos hemos hecho amigos a fuerza de mantenerlo a raya, por un momento, por muchos momentos, por días, meses, años, décadas.

Desde el Siglo I se encuentran alusiones a emociones primarias, básicas, que se deberían identificar para aprender a vivir mejor. En el Libro de los Ritos de la dinastía Zhou, uno de los clásicos del confucianismo, ya se hablaba de siete emociones humanas: alegría, rabia, tristeza, miedo, amor, disgusto y gusto.

Se argumenta en sicología, que las emociones son producto de la evolución y de las reacciones al ambiente y todas corresponden a circuitos neurológicos ya impresos en nosotros. Entonces, ya estas emociones básicas vienen con nosotros desde el nacimiento y son universales y automáticas y disparan nuestras acciones o mas bien, reacciones.

No son las únicas emociones, pero si son las más rápidas y asequibles. Respondemos sin pensarlo. Hay muchas otras emociones, mas complejas, que requieren muchos más factores para movernos y mucha más conciencia para identificarlas.

Precisamente, la palabra e-moción señala lo que es: algo que incita a movernos, a la reacción. El miedo es incontrolable y nos ataca de modo que su fuerza sobrepasa el sistema cognitivo. Nos dispara, literalmente, a hacer lo que sea para lo que es percibido como fuente de peligro.

Pero esto no es resistencia, esto es huida. Y uno no puede vivir en constante huida. Entonces el cuerpo aguanta y deja de huir y se vuelve resistente, en el sentido de vivir a pesar de todo lo que medio se asome por ahí parecido a lo que nos produjo el miedo en primera instancia.

Es como nuestra memoria colombianizada. Ya son tantos los hechos de los que debemos hacer memoria que todo se vuelve un solo bulto desde no se ve nada, sino una nube negra. Y esa nube negra entonces ya la vemos gris y mejor no la volteamos a mirar porque si vemos que sigue siendo negra, el camino gris se acaba. Y en lo gris, al menos hay aún luz.

El odio es producto del miedo. El odio nos aleja del horror que hemos vivido para no dejarnos acercar a la experiencia traumática. Y ese odio es la fuerza resistente que el miedo nos ha producido. No es una fuerza que nos ayuda a salir adelante. Solo nos ayuda a resistir el cambio, a desear lo conocido por no saber si lo que aún no conocemos podría ser peor. No queremos ni siquiera asomarnos a la ventana de lo que se podría ver peor. O mejor.

Mejor seguir en la resistencia del odio, al menos esa la conocemos. El odio da fuerzas para seguir odiando. Y el odio es acción. Acción funesta, pero acción, no inercia. La inercia sería la muerte. Esta reflexión es lo único que me explica a mí, y lo ofrezco acá, el momento crucial que vivimos los colombianos.