En Barranquilla, acorde con la conciencia carnavalera, últimamente se están dando unas polémicas que parecen chistes, es decir, nos hacen reír. Sin embargo, señalan algo más serio tras la máscara, como debe ser el verdadero carnaval.

Nuevamente las redes sociales develan quiénes somos. Estoy a punto de creer que pronto no habrá necesidad de salir a la calle para bailar o gozar nuestros sinsabores. Podremos disfrutar desde nuestros celulares, tabletas y computadores la vida, mientras lo virtual nos muestra qué es lo real, como en Matrix, como en Platón. Bueno, más o menos. Me explico:
En la moderna vía que conecta a la cuarenta con la circunvalar, en eso que yo llamaría el borde de la ciudad, se yergue un nuevo monumento muy moderno y lleno de colores. Está hecho de acuerdo con los materiales que produce una de las empresas más prósperas que hay en Barranquilla. Como a esta empresa se le ocurrió el regalo estético a la comunidad y concurso que daría ese resultado, pues todos lo vemos como algo normal. Y la ciudad se ha enorgullecido y se ve la gente yendo a tomarse fotos, etc.

Es una ventana fálica que crece hacia el infinito cielo, como nosotros, que ya no somos una puerta abierta a lo que el mar y el río nos traen. Simbólicamente pasamos de ser algo que se abre al mundo exterior, a ser alguien que mira hacia el exterior. Aunque hayamos recuperado el río, bueno solo para mirarlo, porque bien contaminado que está.

Es una ventana llena de colores, porque nosotros somos coloridos, caribeños. Al menos esa parece ser la idea. Pues bien, la polémica ridícula pero graciosa y reveladora que han traído los colores del monumento, es la que se da en las redes sociales donde se debate si esta ciudad se volvió gay, por no decir la palabra que conocemos todos. La pelea no ha podido llegar a ser algo mas allá de la homofobia cegadora.

No importa que aparezcan mujeres muertas, como Brenda Pájaro, en un solar, después de un mes de haber desaparecido. No importa que el viernes hubo un secuestro en Barranquilla.

Ayer el escándalo era otro, el más nuevo, pero igual de revelador: a San Antonio lo volvieron gay por cuenta de una “restauración” en una iglesia de la ciudad. ¡Horror de los horrores, alguien maquilló la figura que tiene dos siglos de antigüedad!

No importa que hayan aparecido extremidades de cadáveres diferentes que han sido desmembrados, en otro solar de la ciudad. Lo importante es maquillar, tapar, artificialmente embellecer una ciudad con cemento y barandas y avenidas que miran el río y nos hacen olvidar el infierno que se cuece en las entrañas del monstruo en que nos vamos convirtiendo por no poder mirarnos.

Ni para afuera ni para adentro. Ni ventana futurista ni puerta de oro somos. Somos un animal colectivo en crecimiento y con los dolores que el crecimiento trae a los huesos. Osamentas como las de los muertos y muertas que se pierden entre los montes del olvido, como los secuestros que ponen en riesgo el paraíso que creemos ser.