Hasta 1980 no sabíamos con certeza si los individuos se podían infectar con el virus. Era una enfermedad muy desconocida y no se sabía muy bien cómo se transmitía.
En 1981, en los estados de Nueva York y California, empezaron a reportar infecciones de pulmones en personas jóvenes. Se reportaron casos de drogadictos que se contagiaban con el uso de las agujas con que se inyectaban. En 1982, en el Sur de la Florida, se dijo que la enfermedad causaba inmunodeficiencia y la relacionaron con la comunidad gay. Recuerdo que estaba muy pequeña cuando, al final de la década, se consideraba ya una pandemia. La gente asustada no sabía qué hacer, ni los gobiernos sabían cómo solucionarla.
Los infectados eran rechazados, los despedían del trabajo, eran personas "non grata". Sufrían en silencio, porque hasta los seres más cercanos los evitaban. Fue un horror que afectó a muchos, no solo a la comunidad gay, y tuvimos que aprender a superar juntos. Tuvimos que educarnos, entender que debíamos respetar a los demás, en particular a quienes sufrían la infección. En realidad, no es culpa de nadie enfermarse. Creo que los animales nos transmiten esas enfermedades como una revancha, para que aprendamos a dejarlos en paz. Pero eso es otro tema.
Ahora, con las cuarentenas, distanciamientos, todo lo que hemos estando sufriendo como país, como ciudadanos del planeta, la pregunta es ¿en qué radica el problema del COVID? A quienes se contagian, y dan positivo, les da pánico contar lo que les sucede, para que no los traten mal ni los aparten socialmente. Sin embargo, surge un problema con el silencio autoimpuesto, pues somos parte de una comunidad, a la que el infectado, y sus más cercanos, deberían en conciencia prevenir para protegerla. No debería ser una tragedia, si se adquiere la enfermedad. El virus no es culpa nuestra, pero es nuestra responsabilidad tener autocontrol para no expandirla ni incrementar los casos. Muchos expertos consideran que es una forma de adquirir anticuerpos. Incluso, si se detecta muy temprano, se tomaría la delantera con respecto al que aún no se ha contagiado. El infectado por el COVID-19 es ya un sobreviviente; se debería sentir optimista, porque ha logrado vencer la enfermedad.
También es un tema de ética y de moral. Pienso que la ética nos regula para saber vivir en comunidad, y la moral son principios con los cuales nos gobernamos a nosotros mismos. A partir de ellos nos guiamos en conciencia. ¿Por qué tratar mal a alguien que está enfermo? Moralmente, tenemos la obligación de ayudar a los demás. Y es más sano, desde el lado ético, no juzgar y, por supuesto, crear conciencia de que somos una comunidad que promueve actitudes positivas hacia las personas que están enfermas, como también hacia quienes callan por temor a que los miren mal. En esta dura circunstancia, lo que vale es la comprensión.