Un planeta perfecto con sistemas que se equilibran unos a otros y funciona como un reloj también produjo la más nociva fuerza posible: la mente humana. Cuando la evolución permitió a una especie erguirse y desarrollar la inteligencia abrió paso a la época de transformación más grande, no natural, que sobrepasó el impacto que tienen los volcanes, el plancton, el agua y el fuego creadores de la vida.
Me atrevo a decir que el hombre es el forúnculo infeccioso de la tierra y, que a pesar de que tiene la capacidad de tomar decisiones para evitar todo impacto negativo sobre esos sistemas que funcionan de maravilla, ha preferido modificar, corromper, agudizar o destruir para sacar provecho en forma individual, amasar oro y fortuna, aún a sabiendas de que al morir no podemos llevar con nosotros sino el peso de nuestras acciones positivas y el de los desaciertos.
La tierra existe desde hace muchos millones de años bajo los rayos del sol en una esquina de una de millones de galaxias que se apiñan en el espacio sideral, quizá una de las más insignificantes. Pero los humanos nos hemos dado en creer que somos únicos en el inconmensurable e ignoto universo y quienes detentaron el poder mundial se empeñaron por siglos en negar la existencia de otras civilizaciones en otros cuerpos celestes.
Sí, estoy convencida desde siempre de que no estamos solos ni somos los más avanzados en tecnología ni en calidad como seres. Que las civilizaciones en otros planetas tienen que ser diferentes es obvio, solo en el sistema solar cada astro es distinto en su composición y orbita en una elipse diferente, circunstancias que hacen evidente que en la magnitud del universo no puede haber seres iguales a los terrícolas, pero algunos sí parecidos y otros completamente distintos, según afirman los que han sido contactados por habitantes de estrellas muy distantes.
Ya no es un cuento chino ni el producto de mentes calenturientas: organizaciones y entidades oficiales y muy serias en los Estados Unidos, Francia, Japón, Rusia, potencias de este planeta, reconocen el avistamiento de naves y objetos no pertenecientes a nuestra esfera de influencia, que usan tecnologías superiores a las desarrolladas por el hombre y en forma permanente nos visitan y observan.
Me emociona saber que no estamos solos en esta inmensidad donde flotamos circunvalando una estrella que está moribunda y comprobar que no somos los mejores ni los más inteligentes, porque ya habríamos reventado a más de un mundo con la violencia que seguimos demostrando hacia lo diverso y, por el contrario, se abre un compás de esperanza al cambio de la humanidad hacia la inclusión y el bienestar de todos en la tierra, apoyados por el conocimiento de esos seres superiores y benevolentes que siempre han venido desde el inicio de los tiempos.
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