El instinto suele tropezarse con la normalización occidental del raciocinio, pervirtiendo, muchas veces, nuestra aspiración natural a ser felices.

Esta contradictoria manera con la cual asumimos la “madurez”, con el tiempo nos termina convirtiendo en individuos programados para la quietud, la indolencia, la desesperanza y el cinismo.

Quienes, por obra y gracia de lo que les resta de sensatez, se rebelan frente a lo que supuestamente significa ser adultos, a menudo son tildados de viejos verdes que se niegan a envejecer con dignidad, de enfermos del síndrome de Peter Pan que deberían comenzar cuanto antes una larga y costosa terapia psiquiátrica que solo terminará el día de la muerte.

Las preguntas fundamentales deben girar en torno de lo que se espera de una persona madura, las cuales se responden sacando a relucir un extenso catálogo de prohibiciones: no trasnochar; no beber alcohol; no fumar; no consumir carnes, ni harinas, ni cafeína, ni lactosa, ni azúcar; no tener aventuras amorosas; no juntarse con personas muy menores; no usar zapatos tenis, ni camisetas, ni prendas de colores vivos; no manifestar en público el afecto; no usar aretes ni tatuajes ni cortes de pelo muy llamativos; no tomar decisiones impulsivas que pongan en riesgo lo que has conseguido después de décadas; no ver porno; no votar por la izquierda. Etcétera. Etcétera.

El resumen de esta larga lista de normas para viejos decentes es que el riesgo, la experimentación y los sueños son cosas solo de jóvenes, y que más nos vale empezar a inutilizarnos un poco antes de los 40, so pena de hacer el ridículo frente a las personas cuyo principal aporte a la salud de la humanidad es no olvidar nunca su paraguas cuando salen a la calle por las mañanas.

A propósito de un estudio reciente publicado en el New England Journal of Medicine, en el cual se concluye que la edad más productiva del ser humano está entre los 60 y los 70 años, la percepción general sobre el comportamiento adecuado de los viejos no cambiará mucho, por cuanto los investigadores parecen referirse a cosas como la sabiduría, la serenidad y el bagaje acumulados con el tiempo, condiciones que ponen en ventaja a la gente madura y que les permite ganar premios Nobel, asumir cargos de importancia política o producir obras de arte más profundas y perfectas.

¿Acaso el ejercicio imperfecto de nuestra imperfecta humanidad no valdría más la pena con las indiscutibles ventajas que nos otorga un largo camino recorrido?

En todo caso, creo que es más respetable decidirse por la vida en todas las edades, no cambiar de convicciones con las décadas, mantenerse fiel a uno mismo, sentirse hermoso a veces, irresponsable a veces, osado a veces, en lugar de pasarse las noches con la pijama puesta mientras los demás, acaso ignorantes del significado real de ese verbo fundamental, viven.

@desdeelfrio