Se han vuelto normales los enfrentamientos verbales entre el senador Álvaro Uribe y ciudadanos que se lo encuentran en espacios públicos diversos: calles, auditorios, plazas. El último de ellos ocurrió hace unos días en una playa de Santa Marta, cuando un joven increpó al líder de la derecha en el poder reclamándole que fue un mal presidente.

Esta vez, la respuesta del parlamentario fue que seguiría en su lucha porque “este país no se lo vamos a entregar a la extrema izquierda”. Por supuesto, ese argumento -que no es serio, pero sirve para continuar obnubilando las voluntades de quienes adoran a Uribe como si fuera un dios infalible- es uno de los principales sustentos de la vigencia de este personaje tan mediano y falaz.

Afirmar que la gente que está en contra del proyecto político uribista es de extrema izquierda refleja la capacidad de manipulación de los líderes del Centro Democrático, y también la infinita ignorancia de los manipulados.

La verdad es que en Colombia no existen movimientos políticos anarquistas, anarcocomunistas, maoístas, estalinistas, ni nada que se le parezca. Aquí ningún político cree en la dictadura del proletariado, ni en la nacionalización de los medios de producción, ni la eliminación de la iniciativa privada. No hay, ni siquiera en el discurso del partido fundado por la guerrilla desmovilizada de las Farc, un solo indicio de que alguna fuerza política pretenda subvertir las dinámicas de la democracia liberal para convertir al país en régimen obrero autoritario y nostálgico de Cuba.

Sin embargo, de tanto repetirla, esa mentira se ha convertido en el principal caballo de batalla de la derecha que busca perpetuar las mañas que han llevado al país al desastre, de la mano de la violencia y la atrocidad.

Y sí que les ha dado resultado ese truco argumentativo de infundir en los votantes un miedo irracional a todo lo que no que no se les parezca. Ese miedo al fantasma del comunismo, a la “extrema izquierda”, como le dijo el senador al joven de la playa, es el que ha llevado al borde de la inviabilidad electoral a movimientos progresistas que se parecen más al liberalismo puro que al socialismo tradicional. Porque para el uribismo -no por convicción sino por conveniencia propagandística-, para sus votantes naturales y para los incautos que se contagian del miedo a los fantasmas, todo lo que no se vea muy tradicional que digamos encarna los valores de Stalin.

Si alguien habla de cambio climático, es maoísta; si alguien afirma que la economía no puede depender de los combustibles fósiles, es castrista; si alguien se atreve a hablar de devolver las tierras productivas usurpadas a los campesinos, es chavista; si alguien se anima a decir que la educación debe se gratuita y pública, es comunista; si alguien declara que los impuestos deben ser corresponder con la riqueza de los contribuyentes, es anarquista; si alguien decide pegarle a una cacerola, es guerrillero.

Esa es, y seguirá siendo, la medida de nuestra ignorancia, y el ejemplo más claro de que el cambio que necesita nuestra sociedad está muy lejos.

@desdeelfrio