No existe ninguna explicación, intelectualmente válida o científicamente comprobable, que pueda justificar la afirmación de que la marihuana es maligna y que, por lo tanto, su consumo debe ser proscrito y penalizado. La discusión suele girar en torno de la moral, con todas las zonas grises implicadas en el término.

Sabemos que insistir en las cifras que demuestran el error fundamental de los defensores de la prohibición del cannabis no ha servido sino para exacerbar su ceguera, pero sigue siendo el más sensato de los métodos, el menos apasionado, el que más argumentos pone sobre la mesa.

Según la agencia antidrogas de Estados Unidos, DEA, 68% de los consumidores de tabaco y 23% de quienes beben alcohol desarrollan una dependencia a esas sustancias, mientras que solo el 9% de las personas que fuman marihuana son adictas a ella.

Por su parte, el Centro de Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos reporta que cada año mueren en ese país 88 mil personas (2,5 millones en el mundo) por causas relacionadas con el consumo de alcohol, y 480 mil por el de cigarrillo (6 millones en el mundo); en cambio, no se presenta ni una sola muerte relacionada con fumar marihuana.

La OMS advierte que el alcohol es 6 veces más difícil de dejar de consumir que la marihuana y es 3 veces más tóxico, además de ser un factor determinante en graves patologías sociales como la violencia, el abandono infantil, el abuso sexual y el ausentismo laboral.

Esta última consideración es muy importante en un país como Colombia, acostumbrado a resolver sus conflictos a bala, cuchillo y puñetazos. La gente borracha es protagonista de la mayoría de las riñas que se presentan en el país, muchas de ellas terminadas en heridos graves o asesinatos.

No obstante la solidez de estos números, que no son producto de la mente intoxicada de un grupo de marihuaneros de parque sino de entidades serias -muchas de ellas gubernamentales y responsables de la persecución del consumo de sustancias prohibidas-, el alcohol y el cigarrillo son legales, siguen generando billones de dólares en utilidades y son socialmente tolerados, mientras que el cannabis sigue siendo una sustancia prohibida en muchos lugares -salvo en los países realmente civilizados-, estigmatizada como si viniese de los mismísimos infiernos, asumida como una plaga que amenaza con llevarnos a la destrucción.

La moral, como siempre, se encarga de obstaculizar los intentos de análisis y de axiomatizar las conductas sociales, como si la compleja naturaleza humana fuese susceptible de ser catalogada únicamente entre buenos y malvados. Y, como siempre también, se vale de eufemismos para renovar nuestra tendencia a la contradicción y la estupidez; muchos de los que se llenan la boca señalando a los consumidores recreativos de marihuana con el dedo acusador de los virtuosos, o legislando como si aún estuviéramos en los tiempos del ruido, lo hacen bajo los extraños efectos del alcohol que, como lo hemos visto, es un elixir mil veces más nocivo que la hierba que ahora quieren prohibir en Colombia.

@desdeelfrio