Después de dos años exactos, la Konserthuset de Estocolmo volverá a acoger el esplendor soberbio de una ceremonia de entrega de los Premios Nobel. El último escritor –para ceñirnos sólo al galardón de literatura– que pisó el escenario de su maravilloso salón principal, el 10 de diciembre de 2017, fue el japonés de lengua inglesa Kazuo Ishiguro. No sé si ello explique por qué he vuelto por estos días a rendirme a las páginas de una preciosa y hermosa novela suya, Nunca me abandones, que leí por primera vez justamente con motivo de su apoteosis sueca.

Novela de aprendizaje, novela de ciencia ficción, novela distópica (aunque yo la calificaría en rigor como ucrónica), novela de amor, Nunca me abandones (2005) narra sin patetismo alguno, con un tono sosegado y apenas vagamente melancólico, un genocidio de proporciones universales cuyas posibilidades de ocurrencia en el mundo factual dependen de lo que la sociedad permita que haga la ingeniería genética con la clonación humana.

Es preciso traer a colación otras novelas igualmente cataclísmicas para que se aprecie mejor el enfoque absolutamente distinto –podríamos llamarlo minimalista– que ofrece el libro de Ishiguro. Pienso en La peste, de Camus; en Ensayo sobre la ceguera, de Saramago; en La carretera, de Cormac McCarthy. En estas tres obras, ambiciosas donde las haya, sus respectivas hecatombes son expuestas en una suerte de gran plano general, de manera que presenciamos y sentimos en toda su magnitud la devastación colectiva, la furia apocalíptica, la acumulación de muertos, sin que ello excluya por supuesto el que se nos muestre la suerte en particular que corren en ese contexto adverso unos cuantos personajes bien individualizados.

En Nunca me abandones, en cambio, el plano se cierra sobre los tres personajes protagonistas, Kathy H. (la narradora), Ruth y Tommy, y lo que se nos cuenta, por lo tanto –con meticulosidad y con una admirable agudeza psicológica y moral–, es el desarrollo complejo de sus relaciones, desde la infancia hasta la adultez. Desde luego, uno de los factores centrales que afectan tales relaciones es el hecho de que ellos son tres de los clones producidos en masa con el exclusivo fin de servir de donantes de órganos y tejidos destinados a los seres humanos “normales” hasta que acaban muriendo en ese proceso; pero esta mayúscula industria de la muerte, apenas sugerida, queda siempre como telón de fondo de la historia particular de estas tres víctimas, que, aunque trágica, no es pavorosa y no carece de la hermosura propia de los detalles emotivos, cotidianos, que entretejen una amistad y una relación amorosa.

Incluso, el objeto de la novela es de carácter íntimo: la ordenación, por parte de la protagonista, de todos sus recuerdos de infancia, de juventud y de los años inmediatamente posteriores como una forma de prepararse para el cambio inminente que dará su vida, que no es otro que el de pasar de ser cuidadora de donantes a hacer ella misma sus propias e inevitables donaciones. En otras palabras, la novela es el resultado de un ejercicio esclarecedor de la memoria como medio para prepararse para el fin.

Si voy un poco más al fondo, hasta diría que, en últimas, la novela trata sobre la finitud de la vida; sobre lo fugaces que son las vivencias humanas, las relaciones con los otros; sobre cómo el tiempo nos separa, primero parcialmente y después total y definitivamente. “Es muy extraño. Pensar que todo pertenece al pasado”, le dice un personaje a otro en cierto pasaje; y éste asiente: “Sí. Es realmente extraño (…). Me parece increíble que haya desaparecido para siempre”.

Repito: el tema de Nunca me abandones es el exterminio incesante de personas a que da lugar la creación masiva de clones humanos con fines terapéuticos. Pero el tratamiento que le da la novela es tal que el lector no experimenta nunca la sensación del horror; otro es el sentimiento que infunde: tristeza. De ahí que, al terminarla, lo que sientes, conmovido, es que acabas de leer una hermosa novela, lo cual es la mejor forma que tiene una novela de ser buena.

@JoacoMattosOmar