Cómo entender que los dueños del Junior, los Char, hayan logrado construir todo un poderoso y exitoso grupo económico y político, tal vez el más influyente del Caribe y uno de los más importantes del país, con todo lo que eso demanda en aspectos de visión y misión empresarial, organización, liderazgo, sabiduría y sensatez para tomar decisiones y mucho trabajo y voluntad inquebrantable, y a la luz de los hechos no haber podido lograr una similitud entre ese planificado y consistente emporio con el caótico andar de una de sus empresas: Junior.
Cómo explicar las desordenadas e incoherentes decisiones que suelen tomar con técnicos que son vinculados y destituidos 4 veces (Varacka), 7 veces (‘Zurdo’ López), 10 veces (Comesaña) y tres veces en los dos últimos años (Reyes).
En medio de algunas victorias y varios fracasos, ¿por qué esa sensación de falta de convicción, de permanente improvisación, de ausencia de planificación y proyecto serio a mediano y largo plazo (convirtiéndose de paso en invitado permanente de la memegrafía nacional)?
¿Por qué esa suerte de impotencia que lo acompaña para hacer que jugadores con buen rendimiento en otros equipos lo repliquen aquí en Junior?
Será, acaso, solo los estragos que puede producir en la emocionalidad de sus dueños, la pasión que moviliza esta actividad, más allá de los cada día más importantes y salvaguardas conceptos empresariales que la rigen. Los Char son los dueños de la empresa Junior, de sus oficinas, sedes, derechos de futbolistas, activos y obligaciones, pero no deberían olvidar que no lo son de lo que significa Junior. De lo que representa social, cultural y sicológicamente para la sociedad barranquillera y en general para sus hinchas. O sí lo saben, pero tal vez no se han dado cuenta que esa antinomia ya se les está convirtiendo en un rasgo predominante de su personalidad institucional. Y eso a sus hinchas no les agrada.