En su presentación como nuevo técnico de la selección de Uruguay, Marcelo Bielsa dijo, entre otras cosas, que el fútbol es de los hinchas y los jugadores. “Y después están los que mediamos entre ellos: los entrenadores, los dirigentes y los periodistas. Nosotros tres somos lo peor del fútbol”.
No estoy de acuerdo con esto último, pero respeto la opinión de un hombre de fútbol muy inteligente. Y mucho menos después de ver la exhibición del Manchester City, el equipo - la sinfónica - dirigida por Pep Guardiola.
Mientras existan técnicos como él, que patrocinan y autorizan un fútbol que alcanza un alto grado de artisticidad, que es más parecido a un ballet, y no solo a un deporte mediado por la eficacia, el fútbol y sus hinchas serán - seremos- más felices.
El City de Guardiola practica el fútbol total, aquel de Holanda de los años 70, pero sin el vértigo de aquella, sino con una cadencia cautivante, artística, con un amor incondicional por la pelota, con la que se defiende y ataca; con la que domina y desgasta; controla y lastima; y gana.
Guardiola logra que todos sus jugadores evolucionen, que sean capaces de jugar en distintos lugares y con distintas funciones. Que todos intervengan casi simultáneamente, con mucha calidad y coordinación, en las dos fases del juego. Obsesivo por el ataque y la posesión del balón e innovador táctico, Guardiola trasciende a sus descomunales estadísticas, y llega al fútbol un estilo que se acerca al fútbol en estado puro.
Un fútbol coral, con la obligación de cuidar, acariciar la pelota. De recuperarla rápidamente para seguir dominando y sometiendo al rival. Un fútbol que es una oda a la armonía. Pep, el fútbol te dice mil gracias.