Todas aquellas reformas al reglamento que ayuden a un juego, que ya es el de mayor convocatoria mundial, a ser aún más atractivo, más ágil, serán siempre bien recibidas. Aunque no sea obligación el ser aprobadas.
El fin de semana, en Londres, la Fifa y la Ifab, que es su organismo arbitral, plantearán y debatirán algunas posibles reformas. Las dos que ocupan más atención tienen que ver con el tiempo real de juego y el fuera de juego.
En cuanto a la primera, pretenden que el tiempo de juego sea cronometrado, real. Que ante cualquier interrupción se detenga el reloj. Hoy existe el tiempo que se adiciona, pero, tal vez, en muchos casos hace falta más rigurosidad arbitral. Si bien el clamor general que hay es que se eliminen o disminuyan todas las prácticas que conlleven a la pérdida deliberada de tiempo, la propuesta podría traer efectos secundarios: deportivos, televisivos y de interés por parte de la nueva generación de hinchas que prefieren competencias menos extensas.
Con una adecuada educación en la formación de jugadores y un verdadero ejercicio de la autoridad del árbitro, sumado a la gallardía y compromiso de los técnicos para con el espectáculo, quizá no habría necesidad de acudir a esa reforma. De mi parte no soy muy adepto a esta, pero ya veremos. Con la que sí estoy totalmente de acuerdo, es con la que se propone para el fuera de juego, la cual sería que cuando una pequeña parte del cuerpo con la que se pueda convertir un gol esté en línea con el penúltimo defensa, así el resto del cuerpo esté adelantado, se valide la continuación de la jugada.
Que la insensibles y estrictas líneas trazadas por el VAR, que hoy anulan goles por milímetros, ahora jueguen a favor de la emoción del gol. Y, por ende, a favor del fútbol.