Yo no soy más que un mendigo de buen fútbol. Voy por el mundo, sombrero en mano, y en los estadios suplico: una linda jugadita, por amor a Dios”. Así rogaba el escritor uruguayo Eduardo Galeano en su libro futbolero ‘El fútbol a sol y sombra’. Y es, tal vez, el ruego de todos los amantes del buen fútbol.

Si Galeano viviera, y habitara en Barranquilla, no tengo dudas de que hubiera querido que ‘Juanfer’ Quintero se vistiera con la camiseta del Junior. La zurda educada y de fibrafina del mediocampista antioqueño se especializa en alegrar a esos mendigos. Su mayor virtud es esgrimir lienzo y pincel y dibujar estéticos y efectivos pases, gambetas y remates. Quintero representa el fútbol estilizado, el que enamora por su clase. Su visión y perfecta pegada son garantía para que el balón vaya casi siempre al mejor lugar y al compañero indicado para darle armonía y peligrosidad a la búsqueda ofensiva de su equipo. Pero, no obstante tener ese talento creativo, Quintero ha sido un futbolista que no ha podido consolidarse como titular inamovible en los clubes en donde ha jugado. Tiene el inri de ser un jugador de 30 minutos.

El Junior, pero particularmente Alex Char, uno de los dueños del equipo, tenía el deseo de contratarlo para esta temporada. Un empeño que vino acompañado de la respectiva dosis propagandística y mediática. No dejaba de ser sorprendente el interés por un jugador de tan alta cotización para un “fútbol muy pobre” como las propias palabras de Fuad Char lo han definido.

Sin dudas, una intención muy audaz, generadora de una emocionante expectativa, pero su exposición temprana y sin concluir, aumentó la decepción de los hinchas, los días que parecía no concretarse su llegada. Hasta que ayer viernes se definió su contratación. Sin dudas, es apostarle a su talento versus su inconstancia. Es una desmesurada inversión a favor de su calidad versus su falta de continuidad. Es la dicotomía entre la confianza que genera su clase y la desconfianza que genera su disminuida reserva física. Un jugador con excelsas condiciones, pero proclive a lesiones y que, por su historial, no garantiza 20 partidos jugados de 90 minutos.

Yo, como Eduardo Galeano, también quiero ver futbolistas que regalen lindas jugaditas, como Quintero, pero también comprendo las obligaciones del fútbol profesional, la necesidad de los equipos de tener buen rendimiento de parte de sus jugadores en la mayor parte de los partidos. Sobre todo, si ese jugador va a ser la más grande contratación del fútbol colombiano en su historia. La hinchada, sus nuevos compañeros, el cuerpo técnico y los directivos esperan no solo sus pinceladas, sino su obra completa.