Hay ciudades que se asemejan bastante y, como bien lo canta Carlos Vives, además de Cartagena y San Juan, Santa Marta y Sevilla, por supuesto que “la ciudad de New Orleans se parece a Barranquilla”. Pero todavía mejor es encontrar parecidos entre nacionalidades. Los colombianos nos parecemos a los rusos. No lo digo yo, la prueba involuntaria, pero sugerente, la aportó el mismísimo Gógol: “Nuestro pueblo ruso está constituido de tal manera que no pueden prosperar más que las reuniones que se convocan para organizar fiestas y banquetes (…). Por ejemplo, después de fundar una sociedad benéfica para el amparo de los pobres y de recolectar una suma nada desdeñable, antes que nada empezamos por celebrar sin dilación tan loable acción invitando a cenar a la plana mayor de la ciudad, lo que engulle, por supuesto, la mitad de los fondos; con el dinero restante se alquila, a nombre del comité, una casa magnífica, con calefacción y conserjes, con lo que, al final, la suma destinada a los pobres queda mermada a cinco rublos con cincuenta”.
¿Qué colombiano no tiene un padre, un abuelo o un tío perfectamente capaz de emular al viejo Karamázov de Dostoievski cuando fue a visitar a su hijo al monasterio y, mostrándose escéptico acerca del celibato de los monjes, le dijo al abad con total seriedad aparente, pero con burla verdadera: “No vaya a pensar, santo padre, que estoy insinuando nada, lo digo por decir. Ya sabrá que en el monte Athos no solo no se permiten las visitas femeninas, sino que está prohibida la presencia de mujeres en general, y hasta de toda clase de hembras, como gallinas, pavas, terneras”?
Y el cochero de Chíchikov es colombianísimo en sus excusas resbaladizas para driblar al jefe. Selifán Iba conduciendo borracho y el amo le gritó que no volcara. “No, señor, ¡cómo voy a volcar! Sé que no está bien eso de volcar”. Pero volcaron.
—¡Vas borracho como una cuba!
—No, señor, ¿cómo podría estar borracho? Sé que no está nada bien estar borracho. Hablé con un amigo, porque con una buena persona se puede hablar, no tiene nada de malo; y tomamos un bocado (…).
—¿Qué te dije la última vez que te embriagaste, eh? ¿Lo has olvidado?
—No, Su Excelencia, ¿cómo habría podido olvidarlo? Conozco mi deber. Sé que es malo estar borracho. Estuve hablando con una buena persona porque…
De todos modos, nuestro parecido con los rusos ya es cosa del pasado y no de ahora. ¿Qué fueron de los cinco rublos con cincuenta que sobraron para los pobres? “Los miembros del comité no consiguen ponerse de acuerdo en cuanto al reparto de este importe, pues cada uno de ellos reclama que se adjudique a un compinche suyo”.
Sin embargo, es en el aspecto lúdico y existencial en el que sí seguimos pareciendo rusos. Ahí está Dimitri Karamázov, ayer y mañana sin un peso, pero esta noche se va a gastar una fortuna entera invitando de parranda a todo el mundo. “¿Cómo podría ser de otra manera cuando su alma [rusa] aspira al vértigo, al desenfreno, a decir de vez en cuando: ¡Al demonio con todo!?”.