El título de esta historia es engañoso porque no se trata de fútbol.

La historia es básicamente cierta; solo he alterado los nombres de los protagonistas y algunos ambientes. La supe por Maximiliano, uno de los nombres ficticios que he elegido.

En los años 80 existió la Coordinadora Nacional Guerrillera y la componían las Farc, el M-19, el Eln, el Epl y otros movimientos menores. Era un aparato de los comandantes de las distintas guerrillas, pero cada agrupamiento tenía sus propias estructuras y dinámicas y sus propios recursos e intereses.

Maximiliano era un dirigente importante en el entramado del Eln y tenía una relación amorosa con una integrante de las Farc. Diré, en este relato, que se llamaba Luisa. Se enamoraron en las aulas de economía de la universidad pública donde estudiaron y se titularon con tesis laureadas.

Maximiliano se decidió por el Eln por su inclinación cristiana que lo acercaba al ideario y ejemplo del padre Camilo Torres. Y Luisa se inició en la Juventud Comunista siguiendo la orientación política de su padre que militaba en el partido del mismo nombre y la familiarizó desde niña con las largas barbas de Marx y Engels y la calvicie de Lenin, de quienes ella era capaz de recitar fragmentos en los mítines estudiantiles.

Después de graduarse partieron hacia zonas diferentes, pero se las ingeniaban para reencontrarse en los diciembres. Él operaba en una subregión petrolera y ella en una cocalera y de minería ilegal.

Un fin de año se reunieron en Cartagena y, en medio de las borracheras de las fiestas y de los retozos de alcoba, Luisa le reveló a Maximiliano que su jefe, en un lugar que muy pocos conocían, guardaba un balón de oro (del tamaño de una pelota profesional) cuya venta en moneda extranjera, en el mercado negro, engrosaría las finanzas de las Farc.

Desde ese momento los dos comenzaron a tramar cómo se apoderarían de aquel macizo y redondo tesoro. Maximiliano preparó un operativo de diez hombres con armas largas, y escogió una fecha para el asalto. Ese trofeo era una oportunidad para realizar la anhelada aspiración común de adquirir una finca grande con muchos animales.

Pero algo inesperado sucedió. El día que Maximiliano se disponía a dirigirse al objetivo una llamada de Luisa le indicó que el balón de oro había sido exportado por órdenes superiores.

Todavía me pregunto cómo hicieron para salvarse del fusilamiento. Porque ambos fueron llevados a los tribunales revolucionarios de sus organizaciones. Luisa por entregar información confidencial. Y Maximiliano por pretender usar las armas de su grupo para fines pecuniarios individuales.

Posdata: Muchos, por ser Petro un caudillo que se vende como un símbolo antioligárquico, se sorprendieron con la elitista pasarela que el Pacto Histórico montó el viernes en la Plaza de la Paz. Tienen platica. Solo faltaron las modelos de Silvia Tcherassi y Francesca Miranda.

@HoracioBrieva