Cuando los líderes indígenas caucanos proclaman, sin precavidos ambages, que la minga es política porque sus ejes inspiradores son la democracia, la paz, la vida y la defensa del territorio, están enviando un poderoso mensaje.

Lo primero que causa admiración es que sea el movimiento indígena el que le esté trazando el camino al movimiento social del país, indicándole que no puede limitarse a lo reivindicativo, al economicismo, pues elevar sus exigencias al plano superior de la política significa un crecimiento, un ensanchamiento de la conciencia pública.

Lo segundo que deja claro esta movilización política indígena es que la participación ciudadana no puede ni debe circunscribirse al voto, pues eso sería constreñir, reducir o empobrecer el concepto de democracia. Que en Colombia no solo es representativa.

Y lo tercero, en concordancia con lo anterior, es que movilizaciones como la minga son las que le dan sentido a la democracia participativa, que sus recelosos adversarios interpretan como un peligro cuando esa herramienta de la Constitución de 1991 se convierte en ríos de gente exigiendo sus derechos políticos, económicos, sociales, educativos, culturales y ambientales.

Hay quienes han dicho, incurriendo en una lamentable confusión interpretativa, que la minga política tiene por finalidad crear un movimiento partidista. Nada de eso, señores. La minga es política por las banderas que enarbola.

Desde las alturas del poder y del discurso oficial, se cuestiona la intención política de la minga desconociendo que en una democracia, como ha dicho Fernando Savater, todos los ciudadanos somos políticos. La diferencia es que no todos nos dedicamos profesionalmente a esta actividad. El hombre es un animal político, decía Aristóteles. De hecho, como columnista yo hago política con mis puntos de vista (es un arma del periodismo de opinión), y para ello no necesito de una credencial de congresista, diputado o concejal.

Las coloridas y multitudinarias caravanas de los indígenas caucanos por las carreteras colombianas me han hecho recordar a Bolivia, donde es enorme el protagonismo político de la población aborigen. Hasta ponen presidentes. Y al experimentar esa agradable sensación, he pensado en lo clasista, racista y excluyente que ha sido y es la élite blanca que ha gobernado a Colombia en 200 años.

Nuestros indígenas son 1.500.000, representan el 3,4% de la población y tienen una precaria representación política en el Congreso. Además, se les ha tratado históricamente como seres inferiores. En los remotos tiempos del colonialismo español tuvieron que cargar la dolorosa y pesada cruz de la persecución y el exterminio. Y durante la república han vivido bajo la acechanza permanente de la violencia y el despojo. Por todas estas razones, la lucha de los pueblos indígenas merece todo el apoyo nacional. Ellos son también colombianos.

@HoracioBrieva