Confieso que escribir una columna sobre el ser que no tenga cifras o una narrativa estructurada me hace sentir desde mi ego académico que estoy bajando la línea, ese daño también lo hace el imaginario de lo que es denso, trivial o fashion, confieso que me preocupa y estremece la situación del país, confieso que escribo esta columna rabiosa porque no he logrado gestionar de manera asertiva algunas situaciones desafiantes y que considero injustas pero que deberían acabar con mi tranquilidad y paz.
También confieso que estoy feliz de estar logrando grandes cosas para la causa que lidero y que beneficiaran a las comunidades, pero que a la vez, esa interminable patinadera por gestionar me deja en el olvido, confieso que la ansiedad me sobrepasa y la melancolía al darme cuenta que acostumbrar a mi contexto a decir siempre sí, a siempre estar para ellos, hace que sea la más villana cuando no puedo ayudarles, y que egoístamente ellos me crean todapoderosa y por ello no se les ocurra preguntarme cómo estoy.
Confieso que esta imagen de fuerte e imbatible hace que imaginen que siempre estoy bien y al parecer a nadie se le ocurre pensar que también les necesito, me he ganado enemigos incluso dentro de mi círculo afectivo más cercano porque estoy empezando a no dejarme sabotear por ellos, incluso cuando llegan disfrazados de supuesto afecto y compasión hacia mí.
Lo confieso, a pesar de lo caótica que me pueda leer, NO estoy en mi peor momento, hay cosas que están floreciendo, logros que están llegando luego de un gran esfuerzo, profesionalmente las cosas resultan poderosas, estoy en un momento de riqueza creativa y capacidad de tejeduría de aliados, que fortalece todo lo que había soñado hace tiempo; sin embargo, (por otro lado) hay aspectos críticos que hacen que duela la vida, los días, y que solo quiera que esto pase, que se agiten otras realidades, claro, soy consciente de que soy yo quien tiene la solución a estos temas (no necesito que salgan a llenarme de teorías de couch ligero), se que no es favorable aplazar extremadamente los cambios, sin embargo, me doy el derecho a transitar en esos espacios de grandes desafíos y en esta sensación de orfandad profundidad.
Confieso que es un tiempo de ambivalencias entre florecimiento por un lado y desierto por el otro, tanto así que mientras me debato entre sismos mentales y estallidos de esperanzas, descubro regalos hermosos de vida, como aliadas y maestras que llegan a encender las luces en medio de pasajeras tinieblas, una de ellas es Mónica Andrea con la cual, espiritualmente teníamos un vínculo ancestral con sabor a caribe y conectamos en infinitas ocasiones con la música de Maia, música con propósito y humanidad, hay gente con la que te cruzas y sientes que hace años lo habías hecho, ahí es cuando recuerdas que aunque insistamos en cosificarnos, somos seres espirituales y nuestra historia no es plana, ni meramente carnal, gracias MONI.
Así continúo la existencia entre estruendos y silencios, amores y distancias, fuerza creativa y agotamiento, entre aventurar holístico y vulneración de la carne, entre soltar y aprender a recibir, entre la música, el arte y la literatura, entre la fe y la oración, entre la consciencia del poder que soy y qué somos como humanidad y el impacto de las distracciones que padecemos.
Lo confieso, confieso que esta columna la escribo desde mi alma y que intencionalmente, quise que no correspondiera a un gran articulo indexado que me ubique entre las figuras investigativas de la academia social o feminista, esta vez elijo ubicarme en el universo humanizado de decirme, para, tienes derecho a la pausa y a tomarte el tiempo para amarte a ti.