Es tiempo de volver, volver a nuestros pueblos, familias y nuestra red de amigos; para quienes vivimos en lugares diferentes al de nuestras familias o en el cual, nos criamos, es un tiempo de reencontrarnos con historias, relatos, paisajes, música, gastronomía y aventuras en general; aclaro que volver también aplica para procesos internos y simbólicos, es decir, no excluye a quienes no puedan hacer el retorno físico.
El verbo más propicio para este tiempo es – volver – que ensimismo representa un universo de emociones; por un lado, muchas familias y grupos sociales están felices por el reencuentro y otros viven un presente de nostalgia por quienes se han ido, por causa de la pandemia o por la cita natural que tenemos los seres humanos con la muerte.
Volver implica aplicar los cuidados respectivos, sin abrazos extendidos, con tapabocas a bordo y todos los protocolos necesarios para evitar contagios, porque el único contagio que anhelamos es el de la alegría, el bienestar y la prosperidad para nuestros seres queridos y nuestra vida, por ello, es importante que podamos hacer pausas (visionarias), que viajemos hacia nuestro ser y seamos conscientes de lo que somos, que tengamos espacio para reflexionar, amarnos, hacer acuerdos para nuevos tiempos y no solo porque sea Navidad y porque el comercio convoque a determinadas conductas, rituales o consumo, sino porque cada espacio que podamos tener para abrazar nuestra existencia debemos saberlo vivir; eso implica volver - retornar a nuestro ser y relacionarnos de manera armónica con el entorno - no hablo de perfección sino de rehumanización, de permitirnos pausas que nos permitan avanzar con calidad, sanación y amor propio.
Una reflexión propicia es preguntarnos a dónde queremos volver en el ámbito espiritual/existencial y de manera especial cuánto estamos dispuestas a soltar para retornar a estadios de paz, armonía, libertad y felicidad, al fin y al cabo solo nos quedan los momentos y la manera como decidimos vivirlos, diferente a la equivocada premisa – capitalista – que sobrevalora la acumulación de riquezas, cosas o bienes y nos termina cosificando y alejando de deleitar este paseo tan bello, desafiante y dinámico llamado vida, que es estructuralmente efímera y no eterna como jugamos a creer.
Volver a la vida deleitada, a saborear el ser y el hacer, el presente, las oportunidades, activar milagros, sobreponer dificultades y permitirnos los mejores aprendizajes, eso es – volver- no solo el ejercicio de disfrutar la Navidad y la época de fin de año en automático sino con la consciencia y la libertad de vivirnos y gozarnos cada milagro o mejor expresado el milagro que somos. ¡Feliz Navidad, feliz vida y buenas estrellas!