“La vida no se hace más fácil o más indulgente, nosotros nos hacemos más fuertes y resilientes”, Steve Maraboli.
Velita encendida por la vida, por la esperanza y por el poder de hacer realidad nuestros sueños, desde hace dos años estamos viviendo una pandemia que nadie imaginó, que nos hizo estremecer de miedo y nos puso a prueba la capacidad de recomenzar. El año 2020 se anunció a lo largo y ancho del planeta como el año de las grandes cosas, incluso, se hacían metáforas con la visión perfecta. No obstante, de manera abrupta, nos invadió la pandemia covid-19, que de forma rápida viaja de cuerpo a cuerpo como una batalla silenciosa para la cual no nos prepararon y tomó, en muchos casos, despistados entre tantos trajines propios de la era de la productividad/competitividad.
Inevitablemente, la humanidad fue sometida a una confrontación con su capacidad preventiva y, sobre todo, con los poderes humanos del ‘ser’, que hemos ido perdiendo por despistarnos en una maratón capitalista que nos exige lograr un estatus; esos poderes humanos de los que hago referencia son el amor propio, la fe, esperanza, empatía, el amor, la espiritualidad, el autocuidado, entre otros. Entre el 2020 y 2021 se han despedido a grandes seres humanos, familiares y amigos; la muerte se paseó por los países sin tener límite alguno, ni por raza, sexo, cultura o posición social. Esto, lleva a reflexionar sobre lo fundamental y las transformaciones que debemos asumir.
De lo insólito al dolor. Si la muerte y el miedo a contagiarse invadieron la vida de todos y todas, naturalmente, generan afectaciones de salud mental y emocional; resulta insólito o paradójico que se hayan incrementado las violencias contra las niñas y mujeres, pues el tiempo de cuarentena disparó las acciones machistas de poder vertical que someten a quienes parecen más débiles. Estas situaciones llevan a analizar que, si el dolor generado por una pandemia es fuerte, se intensifica cuando se desvisten otras pandemias sociales que se acostumbran a naturalizar; por ello, estas letras se titulan ”velita encendida”, porque ante panoramas adversos estamos llamados y llamadas a ser resilientes y transformadores.
2022 Razones para seguir. En medio de las adversidades —que no se niegan, sino que se hacen conscientes para transformarlas por mejores escenarios— es importante afirmar que el 2021, también nos dejó buenas noticias como historias de mujeres que iniciaron emprendimientos sociales, cambios en el panorama político mundial y acceso de mujeres y jóvenes a cargos de poder; miles de relatos de comunidades que, a pesar de todas las dificultades, han reinventado sus vidas. Aunque resulte difícil borrar el dolor y decir que todo está bien, hago una invitación a activar la esperanza y los pensamientos que decreten lo mejor, porque el 2022 tendrá oportunidades para reescribir historias, sanar heridas, elaborar duelos, seguir creyendo y creando. Hay un punto de partida, es el retorno hacia nuestro ser que el caos pandémico se convierta en un generador de real evolución, y para terminar afirmo que la empatía no puede ser una categoría efímera, sino acciones cotidianas que desde lo individual y colectivo tejen nuevas realidades, que nada nos impida volver a soñar, seguir creando y transformando.Tenemos 2022 razones para seguir, aunque a veces el espíritu se sienta agotado – velita encendida por la resiliencia y los nuevos comienzos.