Esta semana por primera vez un caso de violencia sexual en Colombia llega a la corte la Corte Interamericana de Derechos Humanos, dando apertura a las audiencias públicas en el proceso que se adelanta contra el Estado colombiano por el secuestro y abuso de la periodista Jineth Bedoya el 25 de mayo de 2000.
Es estremecedor escuchar a Jineth porque se hace consciencia del sistema patriarcal en el que transitamos con muchos riesgos las mujeres, de la corrupción normalizada de los patriarcas del dominio sociopolítico y del enorme peligro que representa exigir la garantía de los derechos, la autonomía y la libertad.
Tuve la oportunidad de conocerla hace aproximadamente 10 años, la escuché en un evento sobre víctimas de violencia sexual y del conflicto armado en general, cuando la escuché ya conocía su historia pero escucharla me despertó la más sublime valentía de seguir siendo activista, feminista y una atrevida soñadora de creer en la transformación social con enfoque de mujer, étnico y territorial - en un país que no es lineal - que es biodiverso y pluriétnico y sobre todo sobreviviente de punta a punta del conflicto armado en todas sus adversas manifestaciones.
Milagrosamente la pude saludar, tal vez el universo conspiró para que su permanente esquema de seguridad supiera que yo solo era una feminista guajira que quería darle el abrazo más agradecido que pudiera ofrecer, también de admiración y sororidad hacia ella por todo lo que lidera aunque es sometida a la incertidumbre de las amenazas, por toda esa fuerza que inyecta a los colectivos de mujeres sobrevivientes y a los territorios ancestrales y poderosos de la Colombia profunda que se desarrolla desde narrativas y realidades muy diferentes a las de la Colombia urbana y privilegiada.
Ese día solo pude decirle gracias y presentarme como la nieta de una mujer centenaria (Rita Contreras) a la cual, le tocó nacer en un mundo muy tosco con las mujeres, una mujer que no pudo estudiar porque eso era un derecho exclusivamente masculino, tampoco pudo votar hasta después de sus 50 años, ni ejercer sus derechos sexuales y reproductivos con garantías, como muchos otros derechos que eran masculinizados y absolutamente negados para las mujeres.
Ese día inició una amistad bonita, con diálogos muy enriquecedores y mutuos aprendizajes de nuestros relatos, por eso escucharla en la audiencia del 15 de marzo me relevaba que su dolor, su resiliencia, su clamor de no impunidad, su necesidad de justicia para ella y para la historia de las mujeres, era una representación de muchas voces, incluida la de las mujeres que niegan ser víctimas de violencias por miedo a la retaliación del patriarcado (en lo domestico y en lo público) y también la mía; es decir todas somos Jineth, todas hemos sido ella, duele que siga el silencio, la normalización de las violencias en general y en especial las sexuales que ya es hora de que dejen de estar reposadas en el perverso sistema de dominios machistas.
Hay mucho por decir, no hay límites para lo que hay por expresar ante esta historia, por ahora me atrevo a cerrar estas letras diciendo gracias, Jineth por tanta resistencia y aporte, eres una guerrera que inspira por medio del ejemplo. Has recorrido el mundo y a Colombia llevando el mensaje de sobreviviente y mujer capaz de reinventarse y aportar a otras víctimas elementos para recomenzar y no guardar silencio, misión admirable que demuestra tu compromiso con la no violencia e igualdad de derechos.
El mejor homenaje a Jineth y a todas las sobrevivientes es que cada día sea un 25 de mayo en el que desde las acciones se conmemore la no violencia sexual y ninguna niña o mujer sea víctima de este delito. Por esta y todas las historias de dolor femenino no es hora, ni nunca será hora de callar.