“El día que una mujer pueda no amar desde su debilidad sino desde su fortaleza, no escapar de sí misma sino encontrarse, no humillarse sino afirmarse, ese día el amor será para ella, como para el hombre, fuente de vida y no un peligro mortal” Simone de Beauvoir.

Esta reflexión es mi forma de conmemorar el día internacional de la no violencia contra las mujeres, abrir amplias rutas de deconstrucción de imaginarios sociales que normalizan las violencias basadas en género, seguir cambiando recetas para lograr transformaciones que permitan a las niñas y las mujeres vivir de manera feliz, libre y segura.

El amor romántico es instalado como mandato en la humanidad desde la religión, la publicidad, las novelas, las canciones y muchos otros estímulos, que condicionan a creer en el amor perfecto, el que todo lo tiene que soportar incluso si termina en muerte, el que todo lo sobrelleva  aunque haya infelicidad o violencias; ese tipo de amor no deja otra ruta sino la de romantizar todo – incluso lo adverso – idealizando un formato de amar que de manera histórica se ha feminizado y ha dejado sumergidas en el sufrimiento a muchas mujeres.

El titulo de esta columna pretende analizar a las mujeres más allá del amor romántico con destino directo al amor propio, ese que le otorga boletos de salvación o resistencia inquebrantable de formas de relacionamiento establecidas desde el machismo que la ubica como objeto erotizado y merecedor de un dominio masculino.

El amor – en general – no puede ser sinónimo de sometimiento u olvido del propio ser; a las mujeres se les enseña a que deben ser cuidadoras de todo, del hogar, de los padres, hermanos, aunque eso represente el costo del olvido de ellas mismas, esto debe cambiar por formas de autocuidado y de calidad de tiempo dedicada a sus vidas sin que sean llamadas madres desnaturalizadas, esposas mediocres o indignas representantes del amor que todo lo soporta. Es momento de que las sociedades comprendan las nuevas formas de vivirse las mujeres desde el amor propio y la valoración de sus cuerpos, derechos y libertades.

Esto implica dejar de normalizar las violencias y las microviolencias, porque se genera asombro y repudio social ante violencias físicas o feminicidios, pero las microviolencias que van desde aprobar acciones como la infidelidad que atenta contra la estabilidad emocional de las mujeres “No le reclame al esposo que usted es la catedral y las demás son las capillas – lo importante es que el provee todo lo material”  estos imaginarios deben cambiar y cambiaran desde cada sujeto, familia, escuela o sistema social que se disponga a dejar de normalizar las violencias y a llamar amor incluso lo que no es amor.

Estas acciones son las que generan esperanzas de que un día no tengamos que conmemorar el día de la no violencia sino celebrar la equidad e igualdad de derechos, que no haya más feminicidios como el de las hermanas Mirabal que se opusieron fervientemente a la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo y las tres fueron asesinadas el 25 de noviembre de 1960. Que no haya una niña más que pierda su inocencia por causa de una violación, que los cuerpos femeninos no sean tomados como trincheras para saciar al patriarcado; es hora de parar la violencia, porque duele saber que mientras escribo estas letras y cada hora según el instituto de Medicina Legal hay mujeres víctimas de violencia que tal ves no hagan parte de las estadísticas porque el miedo les conduce a soportar todo.

Vivan las mujeres que se aman, que no permiten las violencias en sus vidas y que se enamoran renunciando al amor romántico que se vuelve una trampa de violencia sistemática, se vale enamorarse sin idealizaciones como muchas nos atrevemos a hacerlo. Y termino diciendo que doy la bienvenida a mi nuevo despertar al amor sano y libre que se apellida Ortega.